ESPECIAL HALLOWEEN: 4 NOVELAS DE TERROR Y SUS ADAPTACIONES AL CINE
Por José Luis Ordóñez, profesor del Taller de guion y Taller de relato de género (terror, ciencia ficción, fantasía y detectives).
Adaptar una novela al cine, de terror o no, es algo complicado. La literatura y el cine cuentan historias, desde luego, pero lo hacen a través de medios muy diferentes y, precisamente por eso, su comparación parece obedecer más a juegos teóricos que a un verdadero afán por establecer una valoración objetiva.
Vamos a comentar aquí el caso de cuatro novelas de terror y sus adaptaciones cinematográficas: qué adaptan y qué no adaptan; qué pueden adaptar y qué es imposible adaptar; y todo sin olvidar algo tan fundamental como la limitación de tiempo en el cine: mientras un largometraje suele tener una duración media de dos horas, una novela nos suele llevar mucho más tiempo.
En el caso del terror, además, hay aspectos más adaptables que otros, o, al menos, unos que funcionan de mejor manera a través de la palabra escrita y otros que funcionan mejor a través de la imagen en movimiento y el sonido. En cualquier caso, ya sea en literatura o cine, la intención es la misma: generar esa sensación tan ancestral, inquietante y —por qué no señalarlo— maravillosa que es el miedo.
DRÁCULA (1897)
Hablar de la novela “Drácula”, de Bram Stoker, es hablar de un clásico inmortal que ha sido adaptado con frecuencia a otros medios: Orson Welles realizó una admirable ficción sonora con The Mercury Theatre, el cómic ha tomado el personaje que da título a la obra para crear jugosas adaptaciones y una saga mítica como “La tumba de Drácula” (Marv Wolfman & Gene Colan), el teatro realiza sus versiones con cierta frecuencia (hace unos años tuvimos una con Emilio Gutiérrez Caba en el papel de Van Helsing y Ramón Langa en el de Drácula) y, por supuesto, el cine no ha dejado de adaptar la novela desde los tiempos ya lejanos del cine mudo (recordemos el “Nosferatu” de F.W. Murnau) hasta hoy día, con la reciente adaptación a miniserie por el dúo que forman Mark Gatiss y Steven Moffat para Netflix, y la próxima versión que ya prepara la productora especializada en terror Blumhouse.
Aparte de sus virtudes literarias, que son muchas, lo que atrae de la novela es la creación del poderosos personaje del vampiro, que, como se ha señalado, Stoker construye a partir de obras previas de otros autores, pero al que el escritor irlandés dota de una personalidad única. Que apenas aparezca en la novela, y que sean el resto de los personajes los que hablen continuamente de él, ejerce un poder hipnótico sobre el lector. Al leer cartas y diarios que, de manera continua, comentan hechos y reflexionan sobre el misterioso conde, se provoca un interés en el lector que no hace sino aumentar durante las páginas de la novela.
Pero fijémonos ahora en algunas de sus adaptaciones. A menudo se cita el “Drácula” dirigido por Francis Ford Coppola en la década de los noventa, con guion de James W. Hart, como la más fiel. ¿Es así? Sí y no. Sí, porque hace un intento durante cierta parte del metraje de recrear el estilo de la novela, que, como acabamos de señalar, se construye a través de diarios y cartas de diferentes personajes. Argumentalmente se ajusta a algunas de las tramas principales de la novela que todos conocemos, pero es evidente que hay elementos que traicionan el espíritu del libro: por ejemplo, el Drácula de Coppola interpretado por Gary Oldman tiene un protagonismo excesivo, lejos de lo que Stoker hace en la novela y, además, idea una historia de amor entre Mina Murray y el conde que tampoco existe en el sustrato literario.
Si damos un salto hacia atrás en el tiempo y vamos hacia el “Drácula” dirigido por Terence Fisher en los años cincuenta, con guion de Jimmy Sangster, nos encontramos con una película que, argumentalmente, traiciona aún más la novela de Stoker, pero que, al mismo tiempo, es mucho más fiel a su espíritu; este Drácula aparece mucho menos en pantalla, como en la novela, aunque su presencia recorre todo el metraje, y, además, el choque entre el Bien y el Mal queda establecido de manera más nítida, con Van Helsing aglutinado el lado de la luz, en el rostro de Peter Cushing, y Drácula el de la oscuridad, en la espigada y aristocrática figura de Christopher Lee.
OTRA VUELTA DE TUERCA (1898)
Clásico de la literatura del escritor Henry James, en esta novela, tras un arranque juguetón donde se combinan los narradores en un juego de muñecas chinas, entramos en la trama de la institutriz y los dos niños huérfanos a los que tiene que cuidar en una mansión victoriana, y esos inquietantes fantasmas que parecen moverse entre ellos. Uno de los aciertos indudables de la obra, además del exquisito estilo de la prosa de James, reside en mantener siempre ese único punto de vista de la institutriz, lo que favorece una medida ambigüedad a la hora de extraer conclusiones sobre lo que realmente está sucediendo allí.
La mejor adaptación al cine es sin duda “Suspense” (1961), dirigida por Jack Clayton, con guion de Truman Capote y William Archibald, y protagonizada por Deborah Kerr. Clayton y los guionistas comprenden la historia de James y cómo adaptarla, de manera que mantiene ese mismo punto de vista y es fiel a él durante todo el metraje, con lo que la versión cinematográfica genera la misma ambigüedad que la obra literaria.
El cine y la literatura son medios muy diferentes que utilizan recursos diferentes, sí, pero es posible mantener alguno de ellos, como este punto de vista que señalamos en la narrativa. Una opción diferente en el ámbito audiovisual hubiera sido traicionar un punto fundamental en la obra de Henry James, algo que, sin duda, empobrecería la adaptación.
Además, el blanco y negro, la banda sonora escalofriante (desde el inicio), la acertada interpretación de Deborah Kerr y los fabulosos actores que interpretan a los niños Miles y Flora hacen de esta una película clásica. Hay muchas más adaptaciones de este clásico, la más reciente disponible en Netflix, bajo el título de “La mansión de Bly Manor” (aunque es cierto que, en este caso, no se limita solo a “Otra vuelta de tuerca”, sino que se amplía a otras obras de Henry James, tal y como se especifica en los créditos), serie creada por el guionista y director Mike Flanagan, alguien muy cercano al terror —como lo demuestran “La maldición de Hill House” o “Midnight Mass”— y al que después volveremos.
TIBURÓN (1974)
El caso de “Tiburón” es curioso. La interesante novela de Peter Benchley, un bestseller instantáneo, es terror, sí, pero también aventura, retrato social de una zona de Estados Unidos y también, por qué no decirlo, culebrón. ¿Qué hace la versión cinematográfica dirigida por un jovencísimo Steven Spielberg? Toma el terror y la aventura y se olvida de todo lo demás. A menudo, a la hora de adaptar al cine, es imprescindible seleccionar acontecimientos, personajes y tramas.
En la novela, por ejemplo, el personaje de Hooper (que interpreta Richard Dreyfuss en la película) se acuesta con la mujer del jefe Brody (al que da vida Roy Scheider en la versión cinematográfica), creando durante muchas páginas cierta tensión sobre el descubrimiento o no de él de esta aventura extramatrimonial. Por otra parte, el personaje de Hooper, lejos de ser el aliado positivo que en la película sí tiene Brody, se torna en las páginas de la novela como alguien mucho menos agradable.
En la película, en cambio, las características negativas de Hooper se suman a las de Quint, creando un Quint más loco y obsesivo y, por tanto, un Hooper más blando. El enfrentamiento que a veces hay en la novela entre Hooper y Brody, se traduce en la película por enfrentamientos entre Hooper y Quint (Robert Shaw, en la adaptación). La película, por tanto, simplifica la relación de los tres personajes para centrarse en lo que realmente le interesa: la caza del gran blanco.
La novela arranca con escenas donde mantenemos el punto de vista del gran escualo, algo que Spielberg representa así en las imágenes iniciales del metraje, acompañadas por la ya legendaria banda sonora de John Williams. Y el tramo final, donde se produce la persecución de los tres protagonistas al tiburón blanco, breve en la novela, se amplifica en la película para potenciar la aventura y el terror hasta llegar al clímax final.
En definitiva, los guionistas de la película (el propio Benchely y Carl Gottlieb) eliminan amplios pasajes del texto narrativo, modifican la personalidad de alguno de los personajes y, por supuesto, añaden nuevas escenas, alguna de ellas memorable, como por ejemplo el monólogo de Quint sobre el hundimiento del barco Indianápolis, que, al parecer, fue ideado y escrito por Howard Sackler y John Milius, aunque la versión final corresponde al propio actor que lo interpreta, Robert Shaw, también prestigioso escritor de narrativa y teatro.
EL RESPLANDOR (1977)
Si hay un caso polémico en el campo de las adaptaciones de las novelas de terror al mundo del cine, ese es el de “El resplandor”, de Stephen King, llevada a la gran pantalla por el director Stanley Kubrick, con guion del propio Kubrick y la escritora Diane Johnson. Es notorio y conocido el enfado de King con Kubrick por, primero, no aceptar su propia adaptación, y, después, por estar en completo desacuerdo con el resultado final de la película.
Partamos del hecho de que tanto la novela como la película son excelentes obras, si bien apenas tienen que ver una con otra, lo cual no deja de ser una contradicción. Más allá de las líneas argumentales que, obviamente, comparten, la película desde el arranque muestra una personalidad diferente, fría, impasible, inevitable, algo especialmente marcado en el personaje principal, Jack Torrance, con esa interpretación tan particular y brillante (también polémica) de Jack Nicholson. El personaje, sin embargo, es muy diferente en la novela, donde es mucho más visible la lucha interior de Torrance por resistir a las embestidas de los fantasmas del hotel Overlook, con una humanidad que desaparece por completo en la versión cinematográfica.
Más allá del destino diferente de algunos personajes (Hallorann) o el desenlace (lo que sucede con el Overlook), ambas obras son admirables. Ahora bien, ¿estaríamos hablando de una buena adaptación? Sería buena, excelente más bien, si atendemos a la calidad del producto final; no lo sería tanto si nuestro criterio se basa en el contenido y espíritu de la obra literaria.
Siendo mundos completamente opuestos, el literario de Stephen King y el visual de Stanley Kubrick, habría que resaltar el milagro que logra el guionista y director Mike Flanagan —al que antes hacíamos referencia en este mismo artículo—, que, en su adaptación de la secuela de “El resplandor, la novela “Doctor Sleep”, también de King, logra unir las características literarias del escritor norteamericano, más humanas y emotivas, y el empaque visual de Stanley Kubrick, más frío y despiadado, poniendo así fin a cuarenta años de desacuerdo entre partidarios de uno y otro.
Todas las nombradas son excelentes películas que, según el caso, adaptan determinados elementos del material literario, que pueden separarlas del sustrato original pero que, en ningún caso, disminuyen su valor artístico. Lo que es innegable es que, como en el caso de King, pueda provocar cierto malestar en el autor de la obra original. Aun así, en lugar de hablar de una buena o mala adaptación, es más interesante fijarse en la calidad del producto final, en el motivo de las decisiones que puedan alejarlo de la obra original y en lo que el director y los guionistas deseen contar, porque lo cierto es que las grandes películas de terror tienen grandes guiones que, fieles o no al sustrato literario, hacen que después tengamos ocasión de disfrutar en pantalla de la recreación de esas grandes historias cuyo origen residió originalmente en el tradicional y clásico papel.