Escribir cuentos infantiles: evita estos 5 errores
Por Olga Besolí, profesora del taller online de Cuentos Infantiles
Como ya supondrás, en los 10 años que llevo como profesora de talleres de escritura creativa han pasado por mis aulas virtuales muchos alumnos diferentes, y una gran parte de ellos lo han hecho por el taller de cuentos infantiles. Y claro, en todo este tiempo he visto y leído de todo, desde creaciones francamente deslumbrantes, tan pulidas y perfectas que dignas de admiración, hasta cuentos con desatinos desafortunados (eso sí, no carentes de buenas intenciones y ansias de mejora y superación).
Porque eso es lo importante: mejorar y superarse.
Todos cometemos errores; todos sin excepción. Y hay que tomarse esos fallos como lo que son: una buena oportunidad para crecer y avanzar, porque te aseguro que de ellos se aprende más, y mucho más rápido, que de los aciertos.
Así que, si bien en mi primer artículo sobre cuentos expliqué cuáles son las tres leyes básicas para escribir cuentos infantiles, ahora llega el momento de aprender de los cinco peores errores que podemos cometer al escribir nuestros cuentos
1. Error en el target: UN CUENTO PARA TODOS (de 0 a 99 años)
Ese es el sueño de todos los escritores: escribir algo que todo el mundo, indistintamente de su edad, pueda apreciar. Y aunque haya libros excepcionales de corte universal, como «El Principito» o los de Harry Potter, que gustan tanto a adultos como a niños (aunque ya de cierta edad, también hay que decirlo), buscar esa universalidad en nuestros cuentos es perseguir una quimera que probablemente nos va a llevar a muchos quebraderos de cabeza.
Lo primero que debemos comprender es que cada niño, de acorde con su edad, tiene unas necesidades distintas. Y es por eso que las editoriales, con buen tino, suelen separar sus cuentos por grupos de edades.
Lo primero que cambia a cada edad es el mundo del niño. Para uno de tres años, por ejemplo, quizás su mundo se limita a su casa, su familia, sus juguetes y la guardería, como mucho. En cambio, el mundo que rodea a un niño de seis años es más amplio, y ya incluye otros elementos importantes como los amigos, los juegos en grupo, las tecnologías o las excursiones escolares. Y para un niño de ocho años, que ya tiene práctica lectora, en su mundo hay cabida para fantasía y la imaginación, con mundos increíbles habitados por personajes extraños y diferentes que viven grandes aventuras.
También mejora, con la edad, la capacidad de comprensión, lo que nos obliga a los escritores de cuentos a limitar el lenguaje y las construcciones usadas en nuestros cuentos y a moderar la complejidad de nuestras historias, según el público al que queramos dirigirnos. Y como más pequeños sean los lectores para los que escribimos, más simples deben ser nuestros cuentos en todos los niveles, incluida la cantidad de texto.
Por lo tanto, si no tenemos bien definido y cómo es el lector al que queremos contarle la historia, y no conocemos el grado de lenguaje y construcciones que puede asimilar, lo más probable es que terminemos escribiendo el cuento más estéril que se pueda crear: una historia para niños muy pequeños, escrito con un lenguaje para más grandes. Imagina un cuento de peluches con una complejidad de lenguaje a nivel de niños de doce años. ¿Leerán esos preadolescentes un cuento protagonizado por juguetes? ¿Comprenderán lo que cuenta la historia esos pequeñines que duermen abrazados a sus peluches? Es muy poco probable. Un cuento así caerá en el extenso limbo de los cuentos perdidos y olvidados.
Así que mejor abandonar la idea de escribir un cuento para todas las edades. Ya sabes lo que dicen: que quién mucho abarca, poco aprieta.
2. Error en la historia: ¡VIVA LA IMPROVISACIÓN!
¿Quién no ha empezado a escribir algo sin tener todavía claro lo que quiere contar? ¡Qué levante la mano! ¡Yo también! Y con el tiempo y la experiencia he aprendido que suele ser un error, salvo en un par de raras ocasiones en las que la inspiración ha sido tan fuerte y directa que, escribiendo casi en escritura automática como una posesa, el resultado ha sido tan impresionante y apabullante como el proceso mismo de escritura. Pero esa es precisamente la excepción de la norma. Por lo general, el experimento suele terminar en fiasco.
Si solamente tenemos una idea, un esbozo de principio de historia que nos da vueltas en la cabeza, y decidimos ponernos directamente frente al ordenador, o la libreta, o lo que sea y disparar, a ver que sale de eso, el resultado se puede resumir en una amalgama de sucesos en los que el personaje protagonista de nuestro cuento empieza teniendo unos objetivos que van cambiando (o se pierden, o se olvidan) y a mitad de su camino encuentra otros distintos, aparecidos de la nada, pero que al final también se habrán esfumado, encontrando soluciones a otros objetivos que nada tienen que ver con él. O lo que es lo mismo, un cuento improvisado de principio a fin, en el que no hay manera de atar cabos, ni tampoco de descubrir sobre qué va. Imagina el siguiente cuento: una rana que no sabe cantar y quiere solucionarlo, así que decide ir al bosque a buscar ayuda y allí conoce a un mago que le habla de un castillo en el que hay una princesa, que le da un beso y termina transformándose en un príncipe y comiendo perdices. Uno puede preguntarse ¿pero el objetivo de la rana no era cantar? Claro, es que es un argumento totalmente improvisado, por lo que he ido construyendo a medida que iba escribiendo.
¡Pues eso sucede más a menudo de lo que creemos! Y da lugar a cuentos aparentemente interesantes pero que no tienen ni pies ni cabeza. Porque precisamente esas son las dos partes que deberíamos tener bien atadas antes de ponernos escribir un cuento: el principio y el final de la historia.
Si sabemos de antemano que el objetivo de la rana es cantar y que, al final, la solución la tiene en su propia charca, porque un sorbito de jugo de nenúfar le devuelve la voz, todo lo demás que escribamos en medio, todo el recorrido que haga esa rana para llegar a esa conclusión, no podrá desviarse demasiado de su curso y entonces la historia se mantendrá dentro de su cauce, sin desbordarse.
Pero ese no es el único problema que salvar cuando creamos nuestra historia. Hay una tentación que siempre sigue ahí, acechando en la oscuridad, y es: ¿por qué dejarlo ahí? ¿Por qué terminar el cuento cuando la rana consigue su voz? ¿Y si además le añado que canta triste porque se siente solo y necesita el beso de una princesa? Y cuando se convierte en príncipe… ¿Y hago que ocurra un problema en el reino? O lo que es lo mismo… ¡más trama, más trama! ¡Vamos a echarle imaginación y a contar un montón de historias en el mismo cuento!
¡Ohh, ohh, gran error! Un cuento debería explicar una única historia, con un principio en el que conocemos a los personajes y su mundo, un nudo en el que algo inesperado ocurre y que hay que resolver, superar o solucionar, y un desenlace que normalmente suele ser feliz o positivo. No debería haber más. Si al llegar al desenlace vuelve a aparecer un nuevo problema, es que estamos encadenando tramas, cosa que nos llevará a un bucle que convertirá a nuestra creación en algo parecido a un cuento pero que no lo es. ¿No sería mejor convertir cada aventura, cada trama con su solución, en un cuento diferenciado y aunarlos todos dentro del marco de una colección de cuentos?
En resumen, como todo en esta vida, los cuentos que se empiezan también deben tener su final. Asegúrate de tener claros ambos antes de ponerte a escribir.
3. Error en el enfoque: ¡ME ABUUUURRRROOOO!
Una vez que tenemos una buena historia y bien definido el grupo de edad al que queremos dirigirnos, lo peor que le puede pasar a nuestro cuento es que el narrador —que a veces es un pseudopersonaje invisible que nos cuenta la historia desde fuera, aunque lo vea y lo sepa todo, y otras veces es uno de los personajes que presencia los hechos y nos explica los hechos a su modo— sea un reflejo de nuestra propia voz y nuestro propio pensamiento.
¿Por qué digo eso? Porque nosotros, no nos engañemos, somos personas mayores, por muy jóvenes que nos sintamos por dentro. Si en alguna ocasión un niño te ha parado en la calle, aunque solamente sea para pedirte la hora, y te ha llamado «señor» o «señora» quiere decir que ya has cruzado ese temible umbral que nos separa de la juventud. Pero significa mucho más que eso; es la prueba constatable de que a ojos de los más pequeños representamos seres adultos, serios y, sobre todo ¡aburridos! Y por eso les infundimos respeto.
¿Realmente queremos un narrador así para nuestros cuentos? Supongo que la respuesta es un NO bien grande pero, cuando nos ponemos a escribir, la realidad dista mucho. Nuestros narradores suelen contar las historias con la sobriedad, la lógica y la contención de una persona mayor. Incluso a veces añadimos a la narración una pizca del pesimismo y de la incredulidad propias de nuestra mentalidad adulta.
Textos del estilo de «La puerta se abrió de golpe. Tonín no se podía creer lo que estaba viendo: un mundo extraño se abría ante él. Tuvo mucho miedo.», reflejan una perspectiva errónea de nuestros cuentos infantiles, una visión adulta de lo que sucede.
¿Y cómo lo vería un narrador mucho más joven que nosotros, que no sea tan racional y que esté más abierto a las emociones? En definitiva, ¿cómo escribiría ese mismo fragmento un narrador mucho más divertido e infantil? Quizás de la siguiente manera: «¡ZAS! la puerta se abrió de golpe. ¡GUAU! Tonín estaba alucinando. Eso era… y ahí había… ¡era todo tan fantástico! Dio un paso adelante y la puerta se cerró tras él.»
¿Cuál de estos dos escritos está más cercano al lector infantil? ¿Cuál es el más divertido? Pues ese es el mejor narrador.
Cuando vayas a escribir un cuento, te aconsejo darle unas vacaciones momentáneas a tu yo adulto y, por un momento, ponerte en las coletas y el calcetín largo de cuando eras niño, para que tu narrador sea informal y divertido. ¡Porque si tu narrador se emociona con lo que ocurre, el lector también lo hará!
4. Error en los personajes: ¿ES UN ANIMAL? ¿ES UN NIÑO? ¿QUÉ ES?
Lo mejor de los cuentos infantiles es que pueden tener personajes variopintos: un niño, un insecto, un alien, un pirata, una escoba… ¡cualquier ser animado, o no, es susceptible de convertirse en un personaje de cuento! Solamente hay que darle voz y ponerlo en marcha.
Pero lo que en principio es una ventaja, a veces, si no se lleva bien, puede convertirse en un problema ¡ y grande! Porque podemos terminar teniendo en nuestro cuento un personaje que no se parece en absoluto a lo que es.
He leído cuentos protagonizados por niños que realmente ni actúan ni hablan como niños, sino que parecen adultos con cuerpo de niño, lo que da un poquito de yuyu; también animales que parecen tan humanos que al final te olvidas de lo que son, ya que en ningún momento reaccionan como animales; y aliens que no parecen haber vivido en otro planeta que no sea la Tierra… E incluso he visto personajes que, aún después de haber leído el cuento entero, todavía no sé qué son realmente. Y claro, la credibilidad de la historia se viene abajo cuando el personaje que aparece en ella no resulta creíble.
¡Qué nadie se confunda! No hablo de que no hay que «humanizar» a nuestros personajes no-humanos, porque es bueno hacerlo. Cuando trabajamos con animales, sin ir más lejos, podemos hacer que se comporten de una forma «realista», o que vivan en su hábitat natural pero hablen y piensen como nosotros, o bien situarlos en nuestro mundo, como mascotas o en una granja, o bien «humanizarlos» tanto que vayan a la escuela de su ciudad. E incluso podemos ponerlos en un marco fantástico, viviendo encima de una estrella. ¡Todo eso está permitido! Y no hay límites para la imaginación que uno tenga.
Pero, por el otro lado, si no queremos que el lector olvide qué son nuestros personajes, hay que mantener ciertos rasgos lógicos, propios de su especie, en la narración del cuento. También es indispensable que cuando el personaje hable o reaccione, lo haga sin contradecir lo que es en esencia (si nuestro personaje es un cerdito, que coma jamón será un contrasentido) y con algún detalle que nos recuerde lo que es (si es un niño, debería hablar con las limitaciones de vocabulario y expresión propias de su edad).
Por ejemplo, si lo que tenemos es un perro, aunque en el cuento se esté entrenando como buzo, cuando esté contento puede mover el rabo, como hacen todos los perros, y quizás cuando se emocione suelte un «¡guau!» que preceda a lo que diga. Y si se trata de una escoba, quizás enseñe a barrer a sus escobitas, o les cuente historias sobre escobas voladoras antes de irse a dormir. ¡Quién sabe!
Así que no olvides recordarle al lector, mediante pequeños detalles, qué son tus personajes. ¡Eso dará solidez y credibilidad a tu cuento!
5. Error en la escritura; Y ESO… ¿ES ANTES O DESPUÉS?
En la vida sabemos qué corresponde al pasado y qué al futuro, porque tenemos muy claro nuestro presente, nuestro «aquí y ahora». Pero parece ser que cuando trasladamos unos sucesos en forma de cuento infantil, esa certeza, ese control sobre la línea temporal, se pierde y se desdibuja, dando lugar a cuentos en los que el protagonista da un paso en el presente y el siguiente, el que viene a continuación, en pasado, para dar un tercero otra vez en presente, lo que en términos físicos es imposible y contradictorio, ya que el segundo paso dado no puede haber ocurrido con anterioridad al primer paso.
Ese efecto se puede explicar fácilmente, afirmando que el problema es un descontrol del uso de los tiempos verbales, aunque me temo que es un poco más complejo que eso: ese no es el problema, sino las consecuencias del problema.
El problema en sí es que al escribir el cuento, no nos hemos detenido a establecer cuál es el «aquí y ahora» de nuestro cuento, que será lo que determinará los tiempos verbales. Y la buena noticia es que podemos establecerlo en el momento que queramos, porque podemos elegir: ¿Dónde lo quieres ubicar? ¿Antes de la aventura? ¿En medio de ella? ¿Quizás inmediatamente después de que suceda la aventura? ¿O mucho tiempo después? Y la respuesta es: ¡Dónde te apetezca!
Veamos ejemplos para que resulte mucho más fácil. Si escribo un cuento en el que establezco que el presente, o sea, el punto de «aquí y ahora» está cuando el duende Treck está a punto de emprender un viaje para conocer un nuevo bosque, sé que todo lo que ocurra en esa aventura va a ir sucediendo en tiempos verbales que indican presente, porque todo fluye desde «ahora» en adelante. En cambio, cuando cuente sucesos anteriores a ese punto, sobre cuando Treck nació, o era un pequeño duendecillo que iba a la escuela del bosque, usaré tiempos verbales que indiquen «pasado».
O puedo establecer el punto de «aquí y ahora», el presente, cuanto Treck es ya un ancianito, muchos años después de vivir ese viaje. En ese caso, todo lo previo a la vejez de Treck, viaje incluido, será anterior al punto establecido y, por ende, narrado en tiempos del pasado, ya que ocurrió hace años. Sin embargo, cuando hablemos del duende Treck anciano, que es su punto de «aquí y ahora», usaremos la narración en presente.
¿Y si establecemos el punto de «aquí y ahora» muchos siglos después de la existencia de ese duende llamado Treck? ¡Pues entonces todo lo que salga en el cuento tendrá una narración en tiempo pasado! Salvo, por supuesto, todo aquello que en el punto de «aquí y ahora» establecido, o sea, siglos después, aún siga existiendo como, por ejemplo, el sol que alumbra cada día.
¡Te aseguro que ese es el secreto! Si estableces un punto de «aquí y ahora» (que puede estar dentro o bien fuera de la historia, siendo anterior o posterior a ella) y no pierdes de vista ese punto mientras escribes, evitarás el mayor error que se suele cometer a nivel de escritura de cuentos infantiles, que es la confusión de los tiempos verbales durante la narración.
¡Asegúrate de evitar siempre esos cinco errores en tus cuentos para niños!
Encontrarás muchas más técnicas y consejos en mi taller de cuentos infantiles en Portaldelescritor, donde además escribirás seis cuentos para niños que recibirán mis revisiones.
OLGA BESOLÍ es escritora de cuentos infantiles, dramaturga y guionista. Es la autora de la colección de cuentos infantiles ilustrados “Els Contes de Muniatto” de ONADA Edicions, que ya tiene 22 títulos en el mercado y uno más en camino. Aparte, ha recibido varios premios literarios, tanto en cuento como en relato y escritura dramática. Es profesora de los cursos de Cuentos Infantiles en Portaldelescritor