“…Y por eso compramos esta caja”
Historia, 15 líneas máximo, sobre una pareja, que debe concluir con esa frase: “Y por eso compramos esta caja”
TEXTO CON MÁS ME GUSTAS
María Jesús Díez García Nuestro amor tiene tantos matices diferentes como los bombones que tanto nos gustan: todos están elaborados con chocolate, pero con formas, rellenos y aromas tan variados que hacen imposible que lleguemos a aburrirnos. Quizá los rellenos de licor ya no sean tantos como al principio, pero sin duda siguen siendo deliciosos. Además, a lo largo de los años hemos ido incorporando sabores nuevos, e incluso los que no nos convencen demasiado o terminan siendo un poco amargos, pueden ser un buen complemento para otros demasiado empalagosos.
Por eso, para celebrar nuestras bodas de plata, es por lo que hemos comprado esta caja.
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Rosée DewDrop Fuimos de tienda en tienda, en busca de su nuevo hogar. Ya no tenía mucho tiempo y ese nuevo rincón debía ser acogedor, íntimo y personal. Nos costó mucho encontrar alguna que se pareciera a su forma de ser pero al final se decidió por una sencilla, lo importante sería lo que contendría.
Hoy decidió habitarla. Yo creí que no cabría; un gran cuerpo, tantas memorias, infinidad de éxitos, viajes y sentimientos, pero todo estaba planeando.
Ahora está en su nuevo hogar y aunque ya no está a mi lado físicamente sé que me acompaña desde ese rincón especial en el que ahora vive, para eso habíamos comprado esa caja.
Kike Mcfly -Papá, no quiero deshacer el Universo.
-Hijo, tenemos que hacerlo.
-Pero, entonces, no brillarán las estrellas por la noche.
-No podemos seguir con ellas, todo tiene un final.
– ¡Jo!, es que yo sentía que en cada una de ellas había como una pequeña esfera de vida.
-Es hora de quitárnoslas de encima, además, ya ha pasado la Navidad, no podemos tener el comedor así todo el año que para eso compramos esta caja.
Monika Fikimiki Estábamos hartos de verla así. Explotada, tratada sin respeto, cansada. Toda su existencia se reducía a la cinta donde los clientes ponían sus compras. Ella, entre pañales, panes y productos de limpieza, siempre tan atenta, aunque gris, con sonrisa.
Su jefe era un imbécil, la contrató para tener ventajas y bonificaciones, pero jamás había entendido que, lo que él creía “discapacidad”, era un reflejo de la suya. De su falta de empatía y respeto por alguien diferente. Ella, la cajera del súper, era la más amable en todo el establecimiento.
Nos atendía desde su corazón, convirtió este trabajo en una misión, la de alegrarnos la vida.
El día que nos tocó la lotería no lo dudamos. Un par de papeles y la tienda era nuestra.
Nos convertimos en sus jefes o, mejor dicho, amigos.
Cambiamos aquel lugar, cambiamos el trato que recibía, cambiamos las normas.
El viernes pasado llegó con una tarjeta que dibujó para darnos las gracias. Lloramos los tres, abrazados ahí, en medio, y entonces lo supimos: por eso compramos este sitio, el lugar de su trabajo. Particularmente la caja número cinco era nuestra preferida.
Y por eso compramos esta caja.
Paloma Fernández Garrido Tenían los dos un viejo pasado que olvidar si querían empezar una vida nueva y juntos. La dificultad estaba en cómo hacer que el olvido fuera rotundo. Idearon anotar todo lo que desterraban de sus vidas y, a semejanza de un cadáver que hubiera que sepultar antes de visualizarse los estragos de la putrefacción, decidieron enterrar bajo tierra todas aquellas palabras que relataban otra vida, de cada uno. Todas esas malas y terribles experiencias anteriores desaparecerían, iban a ser muy felices porque todas sus miserias serían enterradas. Para eso compraron esa caja.
Carmen Trujillo La enorme papada del hombre tembló como un flan cuando puso el objeto sobre el mostrador.
-Es negra, de madera de cedro del líbano. No sé si lo saben: los cedros del líbano se extiguieron hace años…
Mientras el charlatán nos soltaba su discurso aprendido observé el rostro arrebolado de Norah. Enseguida supe que le gustaba. Por el exorbitante precio que el ladino dueño del bazar le había puesto a aquel cachivache, supuse que él también se había dado cuenta.
En sus cuatro caras ennegrecidas tenía labradas letras griegas, y talladas al detalle horripilantes figuras bestiales mitad humanas, mitad monstruosas. Todas lloraban. Le pregunté que significaban las letras. Tradujo las de la tapa: “No la abras”. Luego las del lado frontal, que era un exótico nombre femenino, que me recordaba algo, pero no supe que: “Pandora”.
Con el paquete en la mano, y abrazados como los recién casados que éramos, salimos a las vibrantes, y plagadas de fuertes olores calles tunecinas.
-Nuestros amigos se morirán de envidia.-Dijo Norah exultante de infantil regocijo.
La besé en la mejilla sonoramente atrayéndola hacia mí, como si pretendiera estrujarla, mientras le decía con sorna:
– ¡En efecto querida! Para eso es que hemos comprado esta caja…
Alberto Postacchini …. y por eso compramos esta caja.
Llegamos a la boda, siendo niños. Sara tenía 16 años; me llamo Samuel, en ese entonces tenía 18; de esto hace ya veintidós años.
El Rabino que nos casó fue muy explícito, a tal punto que nos ruborizamos con sus palabras.
– El matrimonio es una institución la cual se basa en la consecución de la especie humana. Yahvé está en medio de vosotros, para asegurar que sus relaciones sexuales, además de placenteras, sean fructíferas.
Cuando dijo “sexuales”, nos miramos. Nadie sabía que Sarita estaba embarazada de pocas semanas. Por un lado nos tranquilizó, por el otro, esa carga de tener que procrear… no sabíamos cómo haríamos con el que venía…el futuro era incierto.
– Nunca olviden el placer. Es, además del diálogo, el cimiento de la familia.
Lo que siguió fue más desafiante. Vino hacia nosotros con una bolsa, llena de cuentas, pequeñas pastillas de vidrio.
– Estas son las relaciones y discusiones, que tendrán a lo largo de la vida. Guardarán dos recipientes iguales. En uno pondrán las veces que se amaron y en otro las discusiones que mantengan. Preocúpense, cuando las discusiones superen a las otras.
Tenía que estar dividida al medio… por eso compramos esta caja.
Kaplan George Buscábamos lo mismo los dos, algún sitio donde guardar todo lo que tuvimos y no queríamos perder, todo lo que el destino, nos obligó a abandonar, todos los sueños que soñamos antes que la realidad nos los quitara.
Buscábamos algo donde esconder los deseos, las miradas, los silencios… antes que el tiempo nos los robara
Era, seguramente, nuestro último paseo juntos, seguramente, la última vez que nuestros ojos se mirasen.
Se oía música en la calle, era uno de esos músicos callejeros que estaba tocando una guitarra y a sus pies tenía lo que andábamos buscando, era pequeñita, de cartón, y lo que más nos gustó, fue que no tenía tapa, así los recuerdos podrían salir y entrar cuando ellos quisieran. Por eso le compramos esa caja.
-¿Lo ves? Todo cabe aquí, algunas cosas son mejores ordenadas y guardadas
-Me da lo mismo, es un fastidio
-No quiero que la dejes tirada por ahí, ¿escuchaste?
-¡Aich! Yo sabré como ordenarlos
-Y por eso compramos esta caja, ¿oíste, Pandora?
Amparín Valencia -¿Recuerdas que teníamos recuerdos repartidos por toda la casa?
-Sí –responde ella de forma escueta.
-Tenemos que recuperarlos, no podemos perderlos. Son los únicos que nos quedan.
-Sí -responde de nuevo la mujer, con la mirada perdida y ajena a todo, sentada en su vieja mecedora.
-Sé que no me escuchas, no estás aquí porque tu mente ha enfermado y ya ni me reconoces, a mí, a tu marido durante casi sesenta felices años. Pero no te preocupes cariño, yo estoy aquí para acompañarte y ayudarte en todo. Y por eso compramos esta caja.
Catalina Saavedra Estaba aterrorizada ante la idea de volver al tanatorio y tener que elegir entre todos aquellos ataúdes macabros, entre interiores acolchados o de superficie dura; entre rasos brillantes y telas ásperas de saco. El dinero, como siempre, marcaba la diferencia. Puedes ir al más allá como una reina o como una mendiga.
El caso es que sin darse cuenta, mientras se secaba las lágrimas, sus ojos se posaron en una caja de cartón reciclado . Todo volvería a la tierra y por eso compraron esa caja.