#ViernesCreativo: la casa encantada
>> Escribir (en 15 líneas máximo de word) una historia de terror sobre una CASA ENCANTADA… con una sorpresa final Algo no es exactamente lo que parece en esa casa, ¡vamos a ver qué se os ocurre!
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TEXTO CON MÁS ME GUSTAS
Luis Leonardi El inspector O ‘ Keefe palmeaba el volante de su viejo Mercury mientras daba la última calada al cigarrillo. Llevaba casi dos horas delante de la casona de la calle Clark St., dudando si debía entrar. Se hablaba mucho que estaba embrujada.
Al fin se decidió y bajó del coche. La luna por momentos se asomaba entre oscuros nubarrones detrás de la casa y dibujaba una silueta oscura. La hacía más tétrica.
No tardó nada en cruzar el jardín delantero y se detuvo en el porch de entrada. Extrajo su llave maestra, esa que le quitase a Jhon Wilson cuando le arrestó. Sabía que en algún momento le serviría y con hábiles movimientos, en pocos minutos oyó el clic. Ya estaba abierta. Un potente relámpago hizo de improvisada farola y por un instante los vellos del brazo se le erizaron. “Tranquilo Liam”, pensó al tiempo que abría la puerta con sigilo. Entró alumbrando con una linterna.
Con cada paso las maderas del suelo crujían y le provocaban escalofríos. “Liam”. Era una voz lejana. “Aquí Liam”. Dudó si seguir o huir de allí como alma que lleva el diablo, pero suspiró tres veces y continuó. El portazo lo sobresaltó de manera. “Mierda”, pensó. Dejó atrás el valor y dirigió sus pasos hacia la puerta de salida, vendría durante el día mejor. En ese instante se hizo la luz y escuchó la voz detrás de él.
—¿Estas son horas de venir? —al girarse vio la regordeta figura de su mujer enfundada en un batín. Miró su reloj, tres y media de la mañana.
—Lo siento cariño, mucho trabajo.
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OTROS TEXTOS SELECCIONADOS POR SU CALIDAD U ORIGINALIDAD
María Jesús Díez García El ambiente en aquella casa era opresivo. Nada más entrar, parecía que quisiera abalanzarse sobre mí y devorarme lentamente. De fondo se escuchaba un sonido inquietante: una gota de algún líquido ignoto caía según un patrón errático pero constante. De vez en cuando, también se oía algún chirrido, e incluso (el vello de mis brazos se erizó al percibirlo) se podían distinguir voces, voces humanas que farfullaban y maldecían en diversos idiomas. Me abracé a mí misma, en un intento de infundirme ánimos y, al mismo tiempo, de darme un poco de calor, ya que la estancia estaba helada.
—Es horripilante… —dije con un hilo de voz.
—Desde luego —coincidió Luis—. Es enano, suenan las cañerías, la calefacción brilla por su ausencia y parece que los vecinos estuvieran en mitad del salón, pero es el único piso que podemos permitirnos, cariño. Es lo que tienen nuestros espléndidos sueldos de becarios talluditos.
Esther Trello Arias —Te espero en la cocina de nuestra casa de la infancia. ¡No te asustes, Cathy! Necesito ver por última vez tu sonrisa mellada.
No es fácil ser un fantasma pero tiene sus ventajas. ¡Si no fuera por los ratos que paso asustando a los continuos inquilinos que entran y salen de este casoplon!
Uno de mis juegos favoritos es hablar por el conducto de la chimenea. Seguro que a ti te encantaría.
La última vez que te vi yo estaba asomado en la ventana en guillotina y tú huías de esta casa y también de nuestros recuerdos.
Yo sólo quería jugar contigo a tinieblas pero te asusté.
En los azulejos del suelo queda algún rastro de sangre seca que madre no pudo borrar, recordándole continuamente la fatídica noche en que entraron en nuestro hogar y me asesinaron.
Solo eran dos ladrones y yo, solo un niño de siete años al que dispararon por gritar.
Sé que mi recuerdo no te deja descansar… pero estoy bien. No huyas más, hermana, y vive la vida.
Hazlo por mí.
Carol Belasco El viento empujaba las ramas del viejo tejo contra la ventana, arañazos en el cristal que le hacían pensar en una mano nudosa cuyas largas uñas intentaran rasgar el vidrio. En la pequeña salita, solo iluminada por un viejo candelabro, las ramas del árbol parecían crear extrañas figuras danzantes.
«¡Ese maldito árbol no pasa de mañana!» murmuró molesto, cuando un largo gemido, agonizante y torturado, atravesó el caserón. Se recordó que en una casa antigua como aquella las tuberías de cobre y tanta madera producían curiosos pero inevitables ruidos, pero entonces se escucharon nuevos y escalofriantes gemidos, y la tarima bajo sus pies empezó a estremecerse como si estuviera compuesta por gusanos. Aterrado, abandonó la casa gritando.
Las ramas del viejo tejo acariciaron la pared de la casa: madera que antaño se había alzado viva junto a él, cuando eran una familia. Los habían forzado a cambiar, habían cortado sus raíces, pero aún podía sentirlos allí, y les escuchó rebelarse contra el animal sin pelo tras sus amenazas. Agradecido, y conmovido, rozó su copa contra la nueva piel de su familia, no importaba su estrafalario aspecto actual: seguían siendo un bosque.
Glauka Kivara La casa era muy antigua, el chico muy guapo y la chica muy joven.
– ¡Es increíble! –exclamó Elsa, boquiabierta.
Jaime sonrió. Hacía un mes encontró una llave antigua con una dirección. El jardín estaba abandonado y la fachada en ruinas, pero el interior estaba reluciente e impoluto, como recién estrenado. Además, contaba con muebles elegantes, gruesos muros y un buen sótano. Justo lo que necesitaba.
No era la primera vez que la usaba.
– Permíteme enseñártela entera, pero antes, brindemos –dijo cogiendo del aparador dos copas y sirviendo whisky.
– Solo un poco, no estoy acostumbrada a beber.
– Como desees – Sonrió al imaginar su sangre corriendo entre sus dedos–. ¡Por una noche inolvidable!
El tintineo de los vasos ahogó las pisadas. Elsa, horrorizada y muda, dejó caer la copa. Jaime chilló al descubrir a Marta, de nuevo de una pieza, extendiendo sus manos hacia su cuello. La casa todo lo reparaba.
Jose M Fernández La vieja casa de la calle Richmond estaba a punto de ser derribada; debía dejar paso a un centro comercial. De madera blanca, con una entrada de templo griego y un amplio porche, mostraba los inequívocos síntomas del paso del tiempo y la desatención. Una leyenda urbana informaba de que la casa estaba hechizada, pero lo mismo ocurría con casi todas las casas abandonadas del barrio.
El arquitecto entró para analizar su estado. Abrió puertas, miró tabiques… El plano, sin embargo, no reflejaba con veracidad la distribución de la casa. Algo no cuadraba.
Observó una pared que no debía estar allí. La palpó y una puerta se abrió hacia un oscuro recinto; un fuerte viento lo arrastró dentro. No veía nada, pero notaba el frío y un cierto movimiento. Poco a poco fue vislumbrado unos ojos blanquecinos; se movían y lo observaban. Se asustó. Con las manos intentó localizar la pared y, sin querer, tocó una manivela. Otra puerta se abrió lentamente, entrando una intensa luminosidad. Huyó de la oscuridad y salió a un campo; unos trabajadores negros recolectaban algodón y una dama con un parasol subía a una calesa tirada por dos caballos.
–¿Manda algo más, amo? –le gritó uno de los trabajadores.
Carlos Di Urarte Recordó las palabras del excéntrico anticuario: “No puedo dejar que la compre. Esta mansión está encantada. En su interior se han cometido todo tipo de atrocidades.” Pero Shirley la compró, porque era ridículo. Sabía que a Theodora le encantaría. Era una casa cuidada hasta el más mínimo detalle: papel pintado en las paredes, suelos de madera y una maravillosa cama con dosel, de la medida adecuada para las muñecas de su hija. ¿Qué atrocidades podrían haberse cometido dentro? ¿el asesinato de barbie?
Shirley dejó la casa en la entrada. Se dio una ducha caliente, cenó lasaña precocinada y comprobó la lotería. No tuvo suerte, pero mañana volvería a ver a su hija Theodora. La pequeña sobrellevaba bien el divorcio de sus padres, mucho mejor que Shirley. Un vistazo a la habitación vacía dónde antes dormía le encogía el corazón y le provocaba ganas de llorar.
Theodora vería la casa de muñecas cuando entrase por la puerta. Jugarían juntas a decorarla, comprarían mobiliario que solo ellas dos disfrutarían. Con esa ilusión, Shirley se durmió.
Despertó en una cama con un dosel raído, sobre un suelo de madera podrido, entre paredes de papel pintado mohoso. Recorrió la habitación, temblorosa. Pisó algo afilado y gritó de dolor. Una uña rota. Al otro lado de la puerta, algo respiró, ansioso y excitado.
Para seleccionar estos textos, desde Portaldelescritor siempre tenemos en cuenta diferentes aspectos: que cumplan el reto, la calidad literaria, la originalidad, la redacción (no aceptamos textos con varias faltas de ortografía) y además siempre intentamos -en la medida de lo posible- incluir participantes diferentes y no repetir muchas veces a los mismos autores.