Una llave, nieve, un corazón
Escribir una historia (o poema) en el que aparezcan: nieve, un corazón, una llave.
TEXTO CON MÁS ME GUSTAS
Carmen Martagón Enrique Allí donde la NIEVE nos hizo resbalar a carcajadas,
allí donde encontré la LLAVE que me abrió a la adolescencia,
en aquel lugar plagado de recuerdos,
metí mis sentimientos a empujones
en el CORAZÓN roto a fuerza de nostalgia.
Allí donde se me hundió la vida,
seguirá nevando, poblando de frío
las paredes desiertas, ausentes de cuadros.
Yo sigo esperando que el calor derrita la nevada,
esta que se ha instalado aquí en mi pecho.
Por eso, busco tu abrazo
en los cuerpos extraños que me voy encontrando,
a lo largo de esta carretera interminable,
que es mi vida….
Carol Belasco Había sido tan silencioso desde su nacimiento que temían que careciera de algún sentido pero, cuando lo pusieron en brazos de su abuela, ella observó aquellas pupilas de un azul de azules y sentenció que su problema era muy diferente: «Su corazón está cubierto de escarcha» les aseguró. Desestimaron su advertencia como delirios de su edad pero, a lo largo de los años, la recordaron cada vez que pisoteó los sentimientos ajenos y aquellos ojos de un azul casi sobrenatural les miró desde muy lejos, completamente ajeno a todo calor humano.
Cuando se alzó con la victoria, entre los aplausos de la multitud, se ocultó el miedo de sus parientes. Ya sabían que nada podría derretir la nieve que cubría su pecho, y, mientras él agarraba la llave del maletín nuclear, un frío sepulcral les estremeció como un augurio siniestro.
M.J. Arillo ¿Cuántas horas llevaría mirando el papel en blanco que tenía delante? Blanco inmaculado, blanco como la nieve, así estaba mi mente…en blanco. Ni una idea, ni una frase, ni una palabra…nada. En otras ocasiones no había tardado tanto tiempo en que las musas me llenaran con un soplo de inspiración dorada y mis manos plasmaran en el papel bellas y profundas historias. Mi corazón ya empezaba a impacientarse, galopando nervioso en mi pecho. Estaba sola, sin ruidos, sin nadie alrededor para pedirme un beso, un abrazo, una mirada, una caricia…Seguí mirando el papel y mi angustia aumentó: ¿Y si no pudiera escribir más? ¿Y si todo mi caudal de engarzar palabras se hubiera secado? De repente, escuché la llave en la puerta de casa, mi marido volvía junto con mis queridas perras. Entraron en tropel en el salón y me reclamaron cariños y sonrisas. Mi esposo me besó en la frente y me dijo que me quería. Entre todo el tumulto, la alegría me envolvió y, como por arte de magia, mi mano comenzó a escribir y a adornar esa hoja con caligrafía exquisita, creando un precioso relato, que me hizo reír y pensar que lo que llena la vida es el amor que los demás te regalan y disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas. Si tienes eso en tu día a día…estás salvado y no habrá nunca papel en blanco.
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Catalina Saavedra Cuando un corazón se llena de nieve, nunca se encontrará la llave que lo abra.
Glauka Kivara Sus pisadas hacían crujir el hielo. Corrían frenéticos, buscando el refugio ártico, maldiciendo sus ansias de explorar el mundo. Volvían la cabeza atrás con frecuencia, esperando ver a la aterradora criatura que los había lanzado a esa loca carrera.
Desolado, Sasquatch contemplaba la torpe huida de los hombres a través de la nieve. Solo quería decirles que se les habían caído las llaves. Cada vez que una persona huía de él, se le rompía un poco más el corazón.
Elisabeth Rayo Psicóloga La nieve en la ventana anunciaba la llegada de un invierno tardío, cosas del cambio climático. Luis estaba sentado en su butaca preferida, desde donde podía observar la puerta de entrada. Tenía la llave puesta en la cerradura, girada, como siempre hacía para protegerse de los ladrones. Esta vez, era consciente de que de poco iba a servir. Podía oír los pasos pesados en los escalones, acercándose más, preparándose para echar la puerta abajo.
Miró de reojo a su madre, estirada en la otra butaca, arropada hasta la barbilla con su colcha multicolor. Habían vivido en aquel pequeño piso de un barrio humilde de Barcelona durante casi cincuenta años. Era de renta antigua, con contrato indefinido, tan envidiable ahora que el turismo había encarecido los alquileres hasta límites prohibitivos. Sobrevivían con la mísera pensión de viudedad de Encarna gracias a esa renta. El trabajo escaseaba y él llevaba ya más de cuatro años en paro.
Le faltaba el aire, la boca seca, las manos sudorosas. ¿Qué pasaría cuando lograsen entrar? No había cometido ningún crimen, sólo permanecer al lado de su madre durante el ataque al corazón. Después, el silencio y el olor a cadáver durante dos meses, menos aterrador que la idea de perder su hogar y dar con sus huesos en la calle.
Maite Ugalde Martinez Cae la nieve sobre mi corazón. ¿Quién encontrará la llave que lo abre?
Francisco López Dónde estarás nieve, que no te veo
Que lejos me llevaron los caminos
Las llaves ya no existen, el tiempo las dejó en desuso
Siempre el mismo error, usando la brújula del corazón
Buscando algo sugestivo.
Jose M Fernández La tormenta de nieve arreciaba en el valle. El trampero buscó refugio en la antigua cabaña del guardabosque; sabía que había una llave escondida en el marco de la puerta. Una vez dentro, descargó su mochila y encendió la chimenea. Hacía un frío espantoso en aquel cobijo. Se asomó por la ventana para observar el exterior; la ventisca apenas le permitía ver las proximidades del porche y eso que todavía no había anochecido.
Se preparó algo de cenar y echó un par de tragos de una botella de vodka abandonada por alguna alma caritativa. Entró en calor y se acomodó en un viejo sofá de piel. Afuera, el viento silbaba cada vez más fuerte.
Abrió la mochila y sacó el corazón de un oso, enorme y sanguinolento. El animal había muerto de puro viejo. Ambos se habían observado, se habían respetado: se conocían. El oso era el tótem de su tribu y su espíritu residía en el corazón. Por eso se lo extrajo. Debía ser venerado hasta el amanecer para que pudiese regresar a la inmortalidad. Y eso es lo que iba a hacer.
Rafael Romero Rincón Llave de tablas que guardasteis,
la que fue la cueva de mi vida,
redoble, tambor de corazón,
cordón umbilical de unión, en la salida.
Tras el cristal, copos de nieve,
que no veo, hacen más blanca tus facciones,
dormidas ¿por un sueño?.
¡Despierta madre! quiero oírte,
no quiero que te lleven allá fuera.
Quédate, te pido, habla conmigo y no te mueras.
Pilar Fernandez Lopez Se llamaba Mar, había escuchado su historia y su nombre miles de veces.Ella estaba al fondo del salón,entre tanta gente parecía muy insignificante.
César apretó fuertemente mi mano y me la presentó: “Edurne,esta es Mar”.Ella brillaba por sí misma, no era su belleza era su sonrisa, era ella.
Mi corazón quedó nevado de dolor, su mirada lo decía todo: ella tenía la llave de su corazón, a pesar de aquellos 15 años de distancia seguían engarzados… solo quedaba nieve, un gran vacío.
Luis Leonardi Cada rincón de aquel parque me trae tu recuerdo. La primera vez que te vi, con tu cara inocente y esos ojos almendrados que hablaban en silencio. Con tu sonrisa de hechizo y esos pícaros hoyuelos que se formaban en tus mejillas, esos que sedujeron mi alma. Ese mismo encanto que jugaba a estar al límite de la exquisitez. ¿Eras una sílfide?, ¿o simplemente un ser que llevó toda la atención de Dios para hacerte perfecta?
Aquel día nevaba, pero el frío se convirtió de pronto en algo pasajero, todos mis sentidos se fijaron en ti. Estabas increíblemente bella y mi corazón latió diferente, más a prisa. Latidos de amor. Durante todo el invierno, día tras día te contemplé en silencio. Verte caminar a mi lado sin saber que yo existía y sentir que mi ser vibrada de emoción. Tuve miedo de hablarte, de expresar todo aquello que mi corazón sentía. Decirte que la llave de tu belleza lo abrió y me convirtió en el amante silencioso que solo se animó a admirarte.
Hasta que un día sin más, así como apareciste, dejé de verte. Te esperé tanto tiempo, impaciente y triste. ¿Dónde está la dueña de mi alma, de mi propia vida? Tal vez en los brazos de alguien que sí se animo a decir cuan sublime eres. Aún así te esperaré el resto de mi vida.
Nacho González Bajó de dos en dos los escalones, entre sollozos.
– ¡Mamá, mamá, se está muriendo!
Su madre, alarmada, salió tras ella al patio.
– ¿Qué dices, hija? ¿Quién se está muriendo?
– ¡El muñeco de nieve, mamá!. ¡Mira, mira!
Un charco frío comenzaba a rodear al muñeco, mientras la nariz de zanahoria, los botones de los ojos y los palitos que fueron brazos se iban desprendiendo poco a poco, convirtiéndolo en una masa amorfa, de un sucio color grisáceo.
– No te preocupes hija. Vamos a hacer una cosa. Sube a tu cuarto. Vacía la cajita donde guardas tus collares y pulseras y te la bajas.
La pequeña subió y bajó a toda prisa, ignorando las voces de su madre para que tuviera cuidado, y al poco estaba de nuevo frente al muñeco. Entonces, su madre introdujo su mano a la altura del pecho y extrajo del interior del muñeco una bola que apretó hasta darle forma.
– Guardaremos el corazón del muñeco en tu cajita, y lo mantendremos en el congelador hasta el año próximo, y cuando vuelva a nevar se lo pondremos a otro muñeco y volverá a vivir.
Entraron en la cocina, abrieron el congelador, y la niña cerró la caja con llave y la depositó en uno de los cajones. Después pensativa, se giró hacia su madre.
– Mamá.
– Dime, hijita.
– ¿Por qué no hicimos lo mismo con el abuelo cuando murió?
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