Seleccionados #ViernesCreativo: un tren, un pintalabios y alguien que tiene una visión

Os pedimos, en esta ocasión, un microrrelato (15 líneas máx de Word), en el que aparezcan:
-Un tren
-Un pintalabios equivocado
-Una persona que tiene una visión
¿Por qué el pintalabios es equivocado? ¿Qué visión tiene esa persona, una visión del futuro, del pasado, o de algún plan…? ¿Y ese tren…? ¡Muchas incógnitas que esperamos que respondan vuestras historias! 

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MICRORRELATO CON MÁS ME GUSTAS

Carol Belasco «Valentina 323», ámbar, recipiente de color crema con los números en negro. Lo estudió con curiosidad: ¿cómo habría acabado en su bolso? Apenas usaba ninguno y mucho menos de un tono como aquel. Aunque el aspecto antiguo pero sofisticado despertó en su memoria la fugaz visión de una mujer alta de piel oscura, con los labios dorados, gabardina blanca y movimientos rápidos. ¡El tren! recordó, ¡se habían cruzado en el tren de la mañana!, la mujer había sido brusca, recordó el empujón que le había dado al cruzarse. Aunque era imposible que su pintalabios hubiera acabado por accidente en su bolso, sólo habría sido posible en un acto premeditado. Pero, ¿porque iba a deshacerse de él de un modo tan retorcido? Se le aceleró el pulso al comprenderlo, sólo podía haber una explicación: aquella mujer debía ser una especie de agente secreto, daba totalmente el tipo, y había puesto algún tipo de material secreto a salvo en el bolso de una desconocida. Lo aferró con fuerza, decidida a protegerlo hasta que volvieran a por él y tembló al imaginar los secretos que podía ocultar algo tan pequeño.

Violeta rebuscó en sus bolsillos, recordaba haberlo guardado alli tras un leve retoque. Un agujero en el fondo del bolsillo izquierdo le ofreció la desagradable respuesta: ¡Con lo caro que era aquel pintalabios!

 

Me gustas: 23

OTROS MICRORRELATOS SELECCIONADOS

María Jesús Díez García Sally tenía los nervios a flor de piel. Cuando se enteró de que estaba nominada por su papel en “Perdidos en un tren” le costó creerlo, y nunca pensó en serio que pudiera ganar. Sin embargo, en ese momento, en los lavabos del teatro, justo antes de que empezara la ceremonia, se permitió visualizarse a sí misma como vencedora, pronunciando un discurso.
Mientras se lavaba las manos entró Amber Smith, otra de las intérpretes que optaban a la victoria en su categoría.
—Vaya, eres tú… —le dijo, con expresión de desagrado—. ¿Sabes? Ahora que no nos oye la prensa, te diré lo que pienso: si te lo dan a ti, será porque los trans estáis de moda, no porque seas mejor actriz que yo. De hecho, deberías estar en la categoría de Mejor Actor. ¡Ni siquiera eres una mujer de verdad!
Antes de que Sally pudiera contestar, una de las puertas de los servicios se abrió y salió Elisabeth Carter, la gran dama de Hollywood. Les sonrió a las dos y frunció el ceño al mirar a Amber.
—¡Uy, querida, tienes que retocarte el carmín! —comentó mientras sacaba un cilindro dorado de su bolsito de mano—. Déjame que te ayude.
Se acercó a ella y comenzó a perfilar con cuidado su sonrisa satisfecha. De pronto, se salió del contorno y trazó una línea que atravesaba toda la mejilla y terminaba en la frente.
—Vaya por dios, qué descuido… Y es permanente…

Rosa Fernandez Inquieta pero decidida, se encaminó a la estación de Renfe ; al llegar, anunciaban la salida inminente de un tren de larga distancia.Se metió en el vagón más próximo, no tenía billete y le daba igual, solo pensaba en dejar todo atrás.Agitada, tomó asiento; pasó una mano por el pelo, al tiempo que del bolso sacaba un espejito y una barra de labios.Una exclamación de disgusto escapó de su boca: ¡con las prisas había cogido el pintalabios que no le gustaba! Entonces, le asaltó una duda
– Por favor, este tren va a Barcelona
¿verdad?- Preguntó al pasajero
más cercano.
– No señorita, su trayecto finaliza
en la Coruña- Contestó él.
Un carmín equivocado, un tren equivocado, un destino equivocado…
Los acontecimientos hablaban, no podía ignorar aquella visión.No, la huida no era el camino.

Olga Tenorio Cuando su mujer le dijo iba a ver a su hermana en Munich, marcó el número de Sara. Esta se sobresaltó: esa noche había soñado que él la dejaba para siempre porque su mujer lo había descubierto. Antes de salir, cogió el pintalabios favorito de él: 134, Cherries in the snow. En el tren, lo destapó para olerlo. Su perfume frutal la excitó. Estaba segura de que los demás pasajeros podían percibir la violencia de sus latidos. Su viejo romance se mantenía, intermitente, como islas en un océano. Él la esperaba al borde del andén, bajo la lluvia. Ella lo distinguió, inmóvil, entre la agitación de los viajeros. Lo abrazó, sin besarlo. Dejó que el deseo los hiriera. Llevaban tres semanas sin verse.
Ya en su casa, los ojos grises de él la penetraron. Ella se desnudó por completo y, de espaldas a él, se pintó los labios ante el espejo del recibidor. Brazos, piernas, cabello, se enmarañaron por las escaleras hasta arribar en el golpe de una ola sobre la balsa tierna de las sábanas limpias. Al alba, ella bajó descalza y se vistió apresuradamente. Él la siguió, mendigando nuevas caricias. No, déjame, tengo que irme, perderé el tren. Sólo un beso. ¿Me llamarás? Sí. Por favor, ¿cuándo? Pronto.
Cuando el tren ya se deslizaba por la vía, Sara tanteó asustada su bolso. Dios mío, ¿cuánto tardaría su mujer en encontrar un pintalabios equivocado?

Isabel Lopez Jurado Salir de casa no era una cosa que me agradara mucho, pero necesitaban mi ayuda en una de las comisarías de la ciudad. Desde pequeña tenía visiones, nunca aprendí a vivir en armonía con ellas y la mejor forma que tenía de controlarlas era no saliendo de casa. Aquel día, solo deseaba subirme rápidamente al tren y que mis ojos vieran solo lo que cualquier otra persona pudiera ver. Al sentarme en mi asiento tuve la primera visión en mucho tiempo, en ella un hombre se abalanzaba sobre una mujer rubia con los labios pintados de color rojo y la estrangulaba con sus manos, siendo el escenario del crimen ese mismo tren. Más tarde tuve otra visión en la que veía claramente la cara del asesino, éste decía – llevaba el pintalabios equivocado, ellas provocan mi ira, parecen putas. Cuando miré hacia mi izquierda y vi que la cara del señor que había a mi lado era la misma del asesino me quedé paralizada, el pánico se apoderó de mí al recordar que ese día me costó decidirme entre dos pintalabios y finalmente opté por el color rojo pasión.

David Santana García Claudio se estremeció. No podía creer que su torpeza le pudiera echar abajo todo lo que tenía planeado. La barra de labios, impregnada en estricnina, recorría de un lado a otro el vagón mezclándose con el resto de los labiales. Sus nervios le jugaron una mala pasada al cruzar bajo el túnel y ahora no sabía cuál de ellas escoger.
Al mirarse en el espejo pudo imaginar a su padre riéndose en tinieblas, burlándose de su incapacidad para el crimen. No dejaba de escuchar el ruido de las vías de tren a su paso. Idiota, Idiota, idiota…

Eva Maria Alcaide Me despertó el sonido de un objeto al caer al suelo del tren. Al abrir los ojos, un lápiz de labios se había detenido en mi pie derecho. Lo cogí y al volver a mi posición anterior, una señora de unos sesenta y pocos años con los labios a medio pintar en un tono rosado, esperaba de pie. Al devolvérselo, con una voz ligeramente masculina, me lo agradeció junto a una sonrisa que hizo entrever unos dientes amarillentos y desiguales. Le observé mientras regresaba a su asiento y terminaba de pintar sus labios. Miré alrededor, el sonido de gente al hablar, una melodía de algún joven con cascos, los pitidos intermitentes que indicaban el cierre de las puertas y el arrancar del tren hacia la siguiente parada. “En dos paradas bajo”, pensé. Respiré hondo mientras cerré de nuevo los ojos y entonces percibí su olor. Un escalofrío me corrió la nuca al recordar cómo me había sonreído y sus ojos verdes bajo su piercing al final de su ceja izquierda. Una visión me hizo abrir de un sobresalto los ojos. Miré de nuevo a la mujer del pintalabios, saqué del bolso mi móvil y mandé un whatsapp a mi padre:

— ¿Todo bien? Hace tanto que mi hermano y yo no sabemos de ti…– Pulsé enviar y observé como la señora del pintalabios leía al instante su móvil y me miró con ojos de asombro.

—Siento no haber contestado a vuestros mensajes, tenía miedo a vuestro rechazo. —Le sonreí incrédula y compasivamente asintiendo con la cabeza.

Glauka Kivara Espero con paciencia el tren. Cierro los ojos. Las imágenes me asaltan sin remedio, marcas de carmín rojo en su camisa, rojo pasión, el rojo de los labios de Maca, sus labios en su cuello, sus cuerpos enlazados. Mi cara se inunda de lágrimas y el maldito tren tarda demasiado. Me seco con un pañuelo, inspiro y trato de relajar mi cuerpo, tumbado sobre la vía.

Maria Del Carmen Araque Annalise estaba arreglándose para salir con sus amigas a bailar.
– ¡Seguro esta noche te encontramos novio! – le habían dicho.
Por un momento tuvo una visión. Se vio conociendo a alguien, luego en pareja, de novia frente al altar y después tres críosllorando y moqueando entre sus piernas. La casa echa un desmadre; llegar tarde al trabajo a diario y al fin de un tiempo despedida.
Se miró fijamente al espejo y se dijo:
– ¡Por no salir este sábado no ‘perderé mi último tren’!
Se cambió el vestido por la bata de toalla. Se quitó el maquillaje y se ató el pelo con una coleta. Tomo aquel lápiz labial que siempre usaba y mientras lo tiraba al cesto le dijo:
– ¡Tú siempre me hiciste elegir al equivocado!
Una noche de Netflix, un pote del helado y su gato era un mejor plan.

Jose M Fernández Tras el agotador mes de enero, pleno de exámenes, Berta y su amiga decidieron darse un respiro y realizar un viaje, así, de repente. Eligieron Granada sin saber bien por qué; al mediodía tomaron un tren que llegaba al anochecer a la capital andaluza. Descargaron el escaso equipaje, pasearon y cenaron de tapas antes de regresar, agotadas, al hotel.
La Alhambra las esperaba a las diez de la mañana del día siguiente. Decidieron subir andando por las estrechas callejuelas, a pesar de las cuestas. No tardaron en aparecer las gitanas que regalaban un manojito de romero y querían leer la mano. Su amiga no se dejó, pero Berta sí. La gitana, joven, de su edad, le cogió la mano y la observó: “tienes las líneas cortas”, dijo, seria. Berta le dio dos euros y ella ni protestó; se alejó, pero aún tuvo tiempo para volverse y mirarla, inquieta.
Regresando al centro, Berta se dio cuenta de que, con las prisas, se había traído un pintalabios oscuro que no le gustaba. Quería un tono rojo claro que le favorecía más. De repente, vio una perfumería y cruzó sin mirar. Una furgoneta la arrolló; quedó tendida en el empedrado, sangrando. Desde lejos, la gitana observaba la escena con ojos llorosos.

Mar Vinat Collado EL DESTINO.
La vio entrar en el vagón y un escalofrío recorrió su espalda. Era ella, la mujer de sus sueños: largas piernas, cuerpo perfecto, pelo sedoso y su rostro… No, algo fallaba en su rostro. La ilusión se desvaneció de inmediato, solo era una mujer normal y corriente. Volvió a la lectura de su novela.
Ella le miró todavia durante unos segundos. Era él, sin duda, el hombre que apareció en su última visión. Las visiones le habían acompañado durante toda su vida y según su abuela eran un don del cielo para poder conocer su destino. Ese era el hombre, el que conocería en aquel viaje en tren, el que se sentiría irremediablemente atraído por ella y por sus labios rojos. El mismo hombre con el que se casaría y que años más tarde le llenaría el cuerpo de cardenales.
Sonrió mientras pasaba de largo. Había aprendido a utilizar su don y, a veces, para cambiar su destino solo era necesario un pintalabios equivocado.

Carolina Delgado Sonríe con timidez; una sonrisa que no va dirigida a nadie. Sonríe para ella misma. No recordaba lo que era tener cosquillas en la boca del estómago. En su mente se cuela el recuerdo del primer beso, del primer orgasmo…el traqueteo del tren se hace más intenso al entrar en un túnel y le devuelve a la conversación. Mira a sus amigas y esta vez la sonrisa sí tiene destinatario. Una parada más y ya habrán llegado.
Cuando bajan del tren apenas hay luz en la estación. Recurren a la linterna de un móvil para alumbrar el camino hacia el club. En la puerta les entregan un vale para una bebida y dos pintalabios a cada una: uno color rosa chicle y uno rojo carmín. Las normas son claras: rosa si sólo quieres hablar; rojo si quieres algo más.
Tiene clara cuál es su apuesta. Hoy ha salido a ganar. Todo al rojo. Sus amigas ríen con complicidad.
Tres horas después está abrazada a un retrete con restos de vómito en el regazo mientras la música resuena en las paredes antes de entrar en su cabeza. Cuatro gin tonics no han borrado la realidad de un abandono, de un fracaso. Todavía no está preparada. Pintalabios equivocado.


Para seleccionar estos textos, desde Portaldelescritor siempre tenemos en cuenta diferentes aspectos: que cumplan el reto, la calidad literaria, la originalidad, la redacción (no aceptamos textos con varias faltas de ortografía) y además siempre intentamos -en la medida de lo posible- incluir participantes diferentes y no repetir muchas veces a los mismos autores.