Seleccionados #ViernesCreativo: imagen de dos jóvenes que no son pareja
Vamos con nuestro #ViernesCreativo, en esta ocasión, basado en una IMAGEN.
Echa un vistazo a la foto y cuéntanos la historia de esos dos chicos QUE NO SON PAREJA (importante). ¿Qué ha pasado, por qué está ella melancólica, cuál es la relación entre ambos? 🤔
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TEXTO CON MÁS ME GUSTAS
Maria Dolores Garrido Goñi El resplandor fue fulgurante. Nadie lo vio venir. La plaza del pueblo estaba repleta de gente que se había congregado para festejar la transición de un año a otro: Nochevieja.
Olía a azufre y costaba respirar. Algo había caído a gran velocidad y se había empotrado con suma violencia en el suelo, rompiendo el asfalto de la plaza.
Lo peor: la cantidad de personas, muertas o heridas, esparcidas por doquier.
Los gritos de dolor se confundían con los de pánico y todo se agravó cuando, del socavón, empezaron a salir oleadas de diminutos insectos parecidos a cucarachas o escarabajos que rápidamente devoraban los cuerpos que yacían en el suelo.
La gente comenzó a correr despavorida y Carla quedó petrificada viendo como dejaban limpios los huesos de las víctimas. No podía ni gritar.
Aparecieron personas con extintores y fumigadores que lucharon contra los insectos invasores y Carla seguía inmóvil en estado catatónico.
Félix, un integrante de Protección Civil, la tomó bajo su protección, obligándola a salir de allí.
Una vez fuera del círculo peligroso, Carla se abrazó al hombre.
—Mi padre… ¡Mi padre estaba allí!
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OTROS TEXTOS SELECCIONADOS POR SU CALIDAD U ORIGINALIDAD
Silvia Favaro Déjame abrazarte y no preguntes nada por favor, solo quiero escuchar tus latidos.
Te parecerá extraño que una desconocida te acurruque entre sus brazos y se quede sin hablar.
Intentas rechazarme, lo acepto, pero aprieto más fuerte.
No encuentro las palabras para explicarte, te busqué por mucho tiempo, nadie quería darme información sobre tu paradero.
Respiro profundamente y me alejo de vos sin perder la mirada, solo te observo intensamente.
Desabrocho tu camisa, tratas de detenerme, pero insisto.
Clavo los ojos en tu pecho desnudo, sigo con el dedo la cicatriz que rodea a tu corazón; la beso suavemente.
Levantas mi cabeza, tus ojos están mojados, lloramos juntos.
—¡Muchas gracias; con el trasplante salvaron mi vida! —dijo emocionado.
Le sonreí con calma y le apreté la mano.
—Disculpa mi proceder, —dije sollozando.
Yo solamente quería abrazar nuevamente el corazón de mi hermano.
Paloma Fernández Garrido Clara y Reme eran amigas desde siempre. Nunca se habían separado en el pasado: sus casas eran adosadas, iban al mismo colegio, salían en la misma pandilla…
Reme había pasado en el extranjero tres años por traslado de su padre en la empresa, y estaba deseando volver a ver a su amiga. Tendría veinte años, ya. Le sacaba tres cursos cuando iban juntas al instituto. Fue siempre su amiga mayor y, por eso, se sentía, en su compañía, segura, protegida, de la misma forma que con Iván, su hermano, de la misma edad de Clara. ¡Qué tonto fue este niño! Hasta donde llegan sus recuerdos lo sabía enamorado de su amiga y, sin embargo, el día que se le declaró, volvió a casa más enfadado que nunca y diciendo sandeces. ¡Vaya si le cayeron mal las calabazas! Ahora que estaban de nuevo en el pueblo, por vacaciones, podrían compartir tantos recuerdos…
Habían quedado en el clarito del bosque de siempre, donde jugaron tantas veces siendo niñas.
“Allí estaré a las cinco. Verás en mí algunos cambios, ¡no te asustes!, tan solo, mírame a los ojos y sabrás que soy yo” –le dijo por email.
Al llegar al lugar, se encontró con un chico desconocido en vez de Clara. Reme saludó educadamente y decidió marcharse, viendo que no estaba su amiga. El muchacho se acercó a Reme y con mirada suplicante le rogó:
–Tan solo mírame a los ojos y sabrás que soy yo, amiga. Todos estos años te eché muchísimo de menos, Reme. Ahora, soy Carlos. Estás preciosa –dijo, mientras contemplaba el rostro estupefacto de su amiga.
–¡Oh, Clara! Perdón, Carlos. Yo también te extrañé. Abrázame, quiero sentir tu protección como cuando era una niña. Amigo mío: ¡tienes tanto que contarme!
Verónika Lorite Un abrazo. Es todo lo que necesitaba. Uno estúpido, simple y demasiado torpe. Y toda la desolación se fue, transformándose en algo difícil de explicar. Es una sensación extraña sentirse bien en medio de tanto dolor, entre unos brazos que son a la vez los suyos y no. Con la altura exacta, el color exacto, la textura exacta y… ¡el olor exacto! Estos de “Livedesings” trabajan bien, eso sí se los concederé, pero no, no, no y no, esto no es David. No todo el mundo entenderá lo que es mirar un caparazón vacío, para eso es necesario ser testigo de la muerte de un ser querido. Un segundo está ahí y al siguiente solo estás mirando un montón piel y huesos. Y no puedes evitar mirar por la habitación, intentando ver lo que no puedes… eso que hace un momento dotaba de magia su cuerpo. Eso que era a la vez todo y nada. Eso que éste montón de células que me abraza no tiene, ni tendrá jamás por mucho que mi madre sonría estúpidamente. Ella está cegada por el dolor, ignorante de la verdad… o tal vez lo estoy entendiendo mal. Tal vez ella sí lo nota. Tal vez ella está llena de esa misma esperanza que ha sustituido mi dolor. Ante mí tengo la prueba de que somos más que piel, huesos, recuerdos… y ahora solo quiero mirar al cielo y sonreír. Y cuando al regresar la mirada veo que mi madre lo está haciendo, no puedo evitar ni las lágrimas que se escapan de mis ojos, ni la sonrisa que aparece en mi rostro, ni el peso que se levanta de mi corazón.
Jose M Fernández El atasco de salida de la ciudad, previsible por el inicio del puente festivo, había provocado que llegase tarde al aeropuerto. Aparcó de cualquier manera y corrió hacia los paneles informativos: el vuelo traía a su novio llevaba media hora de retraso. Se tranquilizó y buscó dónde sentarse. Trasteando el móvil se le pasó el tiempo; había transcurrido casi una hora. ¿Habría llegado ya?
Buscó la puerta de salida de pasajeros y, entonces, la megafonía del aeropuerto informó a quienes esperaban el vuelo procedente de Atlanta que debían acudir a los mostradores de la compañía aérea. Más de cincuenta personas se congregaron allí. Un empleado les pidió silencio y, con solemnidad, les comunicó que el vuelo había sufrido un accidente. No se sabía nada más, de momento.
Comenzó a llorar, desconsolada, desesperada. Al volverse, contempló a un joven, también con ojos llorosos. Se miraron e instintivamente se abrazaron para compartir el dolor. Así, abrazados, permanecieron muchos minutos; no importaba que fueran dos desconocidos. En aquel momento, los brazos del otro se habían convertido en la muralla que los defendía de la desolación.
Para seleccionar estos textos, desde Portaldelescritor siempre tenemos en cuenta diferentes aspectos: que cumplan el reto, la calidad literaria, la originalidad, la redacción (no aceptamos textos con varias faltas de ortografía) y además siempre intentamos -en la medida de lo posible- incluir participantes diferentes y no repetir muchas veces a los mismos autores.