Seleccionados #ViernesCreativo: Ese día te sentías optimista…

> La propuesta es sencilla: escribir un microrrelato (máximo 15 líneas de word) que empiece con esta frase: “Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo…” … Lo que ocurra al personaje a partir de que llega al trabajo es cosa vuestra  
(Por si os interesa: este relato está escrito en segunda persona, así podéis practicar una nueva técnica. ¡Animaos a probar! 

 

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TEXTO CON MÁS ME GUSTAS

Glauka Kivara Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo, ahí estaba yo. Primero me negué a encenderme y cuando llegó el técnico empecé a funcionar con absoluta normalidad, para volver a apagarme diez minutos después de que se marchara. Pocos saben que los ordenadores tenemos sentimientos, malvados sentimientos.

Me gustas: 15

OTROS TEXTOS SELECCIONADOS POR SU CALIDAD U ORIGINALIDAD

Odette Marie Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo, un prolongado suspiro subía desde tus entrañas llevándose con él tu sonrisa.
Buscabas trabajo desde hace un año. Primero abandonaste tu ciudad, luego tu país.
Pertenencías a los valientes, a los aventureros de mochila y avión, aquellos exiliados voluntarios, pueblo escogido, que atravesaba el éxodo masivo en el clímax de una crisis. Ahora por fin, ya en la tierra prometida, ni el cielo gris que cubre a tu dios, ni las consonantes guturales, ni la comida insípida iban a detenerte. Ahora sí, Manuel, por fin ibas a ganarte tus primeros euros desde aquel día en que lanzaste eufóricamente tu birrete negro a los cielos al estilo Hollywood.
Suspirando entraste, y entre risas y lágrimas, recordaste aquella frase mantra, motor y luz de vida que te había catapultado hasta ese instante: “soy la mayor inversión de mis padres; soy capital intelectual”, mientras hacías danzar una vieja fregona sobre el oscuro suelo frío.

María Jesús Díez García Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo el optimismo dio paso al asombro. Había un androide esperándote junto a tu puesto. Su cuerpo metálico quedaba a la vista, sin ninguna prenda que lo disimulara, en contraste con su rostro, realista en extremo y recubierto con una película que imitaba a la perfección a la piel humana. Su expresión era plácida y cordial, lo cual no impidió que sintieras un recelo instintivo.
—Buenos días, Víctor. Soy tu androide de productividad —te dijo—. He analizado tu historial y tu patrón de tecleo y lo he cruzado con tus tareas pendientes, hasta obtener tu sistema óptimo personalizado de distribución de tareas y horarios. Ahora deberías llamar a Proveedores PepeLuis, lo tienes pendiente desde la semana pasada, y luego revisar tus correos.
—Sí, bueno… —titubeaste. Ya sabías que tenías que llamar, pero no te apetecía nada porque era un marrón que te habían encasquetado y estabas esperando a estar mentalizado para ello—. Luego llamo.
Tu nuevo “colega” puso cara de pena. Se oyó una risita a tu espalda: el idiota de Menéndez. Por cierto, ¿a él no le habían puesto robot? Tenías que preguntarle por qué, pero antes se te ocurrió una idea:
—Oye, ¿y por qué no llamas tú? —le preguntaste a “Don Productivo”.
—No es mi tarea, eso debes hacerlo tú. Yo solo puedo ayudarte en la gestión y organización de tu tiempo. Ya hemos perdido dos minutos, 13 segundos, por cierto. Con ese tiempo, podías haber hecho la llamada.
—Pues vaya… —”…puto mojón de ayuda” solo lo pensaste. No era plan ser borde—. Tienes razón, voy a llamar —te resignaste, cogiendo el teléfono. Al fin y al cabo, las ocho horas que pasabas allí hacías lo que te mandaban hacer. Qué más daba que te dijeran también en qué orden hacerlo.

Manel Trejo Ortiz Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo no te imaginabas lo que allí ocurriría. Entraste saludando eufóricamente, con tu estúpida cara de felicidad. Como si la vida te sonriera y no te importaran los sentimientos de los demás.
‒ ¡Buenos días, compañeros y compañeras! ‒, decías educadamente y con exagerada corrección. Como si los otros no pudiéramos permitirnos hablar así.
Hacías caso omiso a mis conflictos. Sabías perfectamente que me había ocurrido algo espantoso. Soy consciente de que había pasado más de un año desde entonces, pero hacía menos de un mes que me había incorporado a mi puesto. Después de lo que me sucedió no estuve en condiciones de volver a mi labor. Lo peor que te puede ocurrir en la vida es perder un hijo. Fue justo después de mi separación con su padre. Además del sufrimiento que comportan los dos sucesos, sentir la impotencia de no poder ser consolada por la única persona que podía saber exactamente por lo que estaba pasando, me corroía por dentro. Durante todo este tiempo he estado aislada del mundo y refugiada en mi soledad. Ahora que vuelvo al mundo veo que a nadie le importan mis problemas. Por eso no soporto tu irritante alegría. No puedo permitir que me hagas daño con tu indiferencia. Lo único que me consuela es imaginar cómo se apaga tu sonrisa superficial mientras te das cuenta de que en la primera curva de camino a casa no funcionan los frenos del Volvo que te regalaron tus padres.

Maria Dolores Garrido Goñi Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo salía un caballero con tanta prisa que tropezó contigo. Hiciste malabares con los brazos, las piernas y el resto de tu cuerpo, intentando no caer. No funcionó. Mordiste el polvo (y nunca mejor dicho), dando de bruces en el suelo y quedándote con un diente partido por la raíz. El tacón derecho, de esos zapatos tan altos, resultó roto y, con el orgullo dañado por verte en el suelo, tus mejillas enrojecieron.
El caballero, solícito, te tendió su mano. Balbuceaste unas palabras de agradecimiento ofreciéndole la tuya. La mala fortuna hizo que el pie del caballero quedase pisando tu precioso vestido, y al izarte… El ruido del desgarro de la tela te sonó como una bomba.
Lentamente, sin descargar el pie del todo, para que aguante el tacón sin doblarse, y el brazo derecho pegado al cuerpo, para que no se viese el desgarro en el vestido, comenzaste tu ponencia abriendo muy poco la boca, para evitar enseñar la dentadura mellada.
Cuando tu discurso acabó, estabas sudando, y tan nerviosa que tenías ganas de vomitar. Viste acercarse a la Directora General, de la empresa invitada, que te miraba con ternura en los ojos.
–Me has causado una gran impresión –te dijo–. Sé que habrás tenido que trabajar muy duro y que no habrá sido fácil abrirte camino en este mundo, donde se valora más la apariencia física que el intelecto. ¿Qué es lo que padeces? ¿Parálisis cerebral o ha sido un ictus?

Carolina Del Moral Torres Ese día te sentías más optimista de lo habitual, pero cuando llegaste al trabajo volviste a ponerte nervioso, y eso que habías pasado la noche practicando. Querías saludarme con un tono tranquilo, desenfadado y casual, pero volviste a ruborizarte y darme un “buenos días” tímido y apresurado. El día anterior yo te había sonreído y pasaste toda la tarde en una nube de felicidad, pensando que tal vez estabas avanzando, y que pronto reunirías el valor de invitarme a tomar un café. Las mariposas de tu estómago revoloteaban inquietas esa mañana y al final te traicionaron los nervios. Menos mal que me dí cuenta y te contesté rápidamente:
— Huy, esa voz tiene muy mala pinta, ¿estás acatarrado? Lo mejor será asegurarme de que no cojas nada malo y llevarte a tomar un café calentito —
Así comenzamos 57 años maravillosos. Tú ya no puedes recordarlo, pero yo lo haré por los dos, y te lo contaré todos los días. ¡Cómo te echo de menos, mi amor!

 


Para seleccionar estos textos, desde Portaldelescritor siempre tenemos en cuenta diferentes aspectos: que cumplan el reto, la calidad literaria, la originalidad, la redacción (no aceptamos textos con varias faltas de ortografía) y además siempre intentamos -en la medida de lo posible- incluir participantes diferentes y no repetir muchas veces a los mismos autores.