Seleccionados #ViernesCreativo: cuento para niños + puerta inesperada

La propuesta es: 
>>Escribir una historia (en 15 líneas máximo) para NIÑOS (de hasta 10 años). Tened en cuenta el vocabulario que tendréis que usar. 
Además, se debe usar una personificación en el microrrelato, es decir: el personaje protagonista será un ANIMAL o un SER INANIMADO que actúe como una persona (hablando, etc). Las posibilidades son casi infinitas: un zorro, una lombriz, un gato, una tetera, un lápiz…
Reto extra: para quien se anime (no es obligatorio), os retamos a que el cuento trate algún tema muy difícil (ejemplo: temas sociales como el racismo, el bullying… cuestiones duras como la pérdida de un ser querido, etc). 

Recordad que desde nuestra APP gratuita de Portaldelescritor podéis acceder al grupo de Facebook desde vuestro móvil y leer allí mismo el reto, además contar con un generador de personajes y  los consejos de escritura del blog de Diana P. Morales.

TEXTO CON MÁS ME GUSTAS

Carolina Del Moral Torres Voy a contaros un secreto: a mi dueño le gusta meterse conmigo en la cama a escondidas. Cuando su mamá me deja sobre la mesita de noche con sus suaves manos y apaga la luz, mi dueño me recoge con las suyas, más suaves aún y más pequeñas, como pequeños gorriones sus deditos jugueteando en mi lomo a tientas hasta conseguir agarrarme. Luego saca una linterna que esconde bajo la almohada y busca entre mis páginas para continuar el cuento por donde se paró. Lee siguiendo el renglón con su deditos, y me hace cosquillas. Finalmente se duerme y su carita reposa en mi portada hasta que su mamá se pasa a arroparle. Me vuelve a dejar en la mesita y apaga la linterna con una sonrisa de satisfacción, por tener un niño al que le gusta leer.
Una noche, por desgracia, no me dejan en la mesita. Mamá me ha dejado en la estantería, con otros libros. Yo estoy triste, así que los otros libros comienzan a hablar conmigo. Me cuentan que de vez en cuando mamá los vuelve a coger de la estantería y los deja en la mesa durante unos días, porque nuestro pequeño dueño nos tiene cariño y quiere volver a estar con nosotros.
El tiempo pasa. Eso dicen, yo apenas lo noto. Nos quitan el polvo pero ya no dejamos la estantería.
Un día nos meten en una caja de cartón. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero está oscuro y no me gusta. Espero pacientemente pero echo de menos las manos y la luz.
Un día llega la sorpresa: mi dueño abre la caja y me saca por fin. Sus manos me sorprenden, ¡son enormes! Pese a todo le reconozco. Su voz ha cambiado, pero aún pasa el dedo por los renglones. Finalmente, me deja sobre otra mesita de noche y apaga la luz.
La alegría me invade cuando unas pequeñas manitas de niña me meten bajo las mantas.

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OTROS TEXTOS SELECCIONADOS POR SU CALIDAD U ORIGINALIDAD

Sandra Montes Troyano Patricia no podía dormir bien, porque no le gustaba nada ir a la escuela. Allí había unas niñas y niños que eran muy malos con ella. Todas las mañanas lloraba para no ir al colegio, pero su mamá la llevaba a rastras. Un día, algo mágico paso ¡su muñeca cobro vida!
— ¡Puedes moverte! —exclamó asombrada.
— Sí, desperté para darte algo. —le dijo la muñeca acercándose a ella.
— ¿Qué me vas a dar?
La muñeca abrió la mano y se la acerco.
— Ahí no hay nada, esta vacía.
— No lo ves, pero, no significa que esté vacía.
— ¿Y qué es?
— Se llama Valentía —la muñeca se la tiró a Patricia— ahora es tuya, haz uso de ella cuando más lo necesites.
La niña estaba emocionada, corrió a su madre y le contó lo sucedido con la muñeca. Pero lo más valiente que hizo fue contarle a su madre lo que ocurría en su colegio.
— Eres muy valiente por contármelo, cariño —le dijo su madre abrazándola. En ese momento sonrió y supo que todo estaría bien.

David Santana García El joven Nyarlathotep no tiene amigos. Dicen aquellos que le conocen que cuando se acerca a jugar con los demás niños de su clase se ríen de él. Sobre todo cuando sus tentáculos le ocupan toda su cara y se mueven de un lado a otro. Le llaman Nyar el pulpo y otros apodos que a él nunca le gustaron. Cuando toda la clase corea al unísono «pegajoso» se suele esconder en la oscuridad de la biblioteca, leyendo todos los libros que encuentra. Así se siente feliz.
Siempre que habla con su padre le cuenta que no entiende por qué le tratan así. Que a pesar de poder adaptar cualquier forma que se precie, en su interior siguen abundando los tentáculos. Él desearía ser igual que los demás y poder correr por el campo de futbol sin que la pelota quede muy pegajosa, pero esa es una de las cosas malas que trae el ser una criatura especial.
«Pase lo que pase, Nyar, tienes que confiar en ti mismo» le dice la bibliotecaria a la hora del recreo. «Algún día todos ellos querrán estar cerca de ti». Eso le saca siempre una sonrisa.
Desde hace unas semanas hay una nueva niña en clase. Todos se ríen de ella porque tiene patas de cabra y la llaman patacabra. Todos menos Nyar que ve en ella a una criatura con un brillo especial. Ve en sus
ojos la misma tristeza y la consuela acariciándole el pelo con sus tentáculos. «Me tienes a mí» le susurra. Desde ese día los compañeros de clase adoran su felicidad y se preguntan por qué siendo tan diferentes pueden vivir así de felices.

María Jesús Díez García La pelota Julia era de color verde y azul. Ya no era tan brillante como cuando era nueva, pero seguía botando tan bien como el primer día.
—Aunque de qué sirve que me mantenga tan hinflada y saltarina, si no me usan nunca —dijo con tristeza, tirada en su rincón de la habitación, mientras Rocío y Sergio estaban en el colegio.
Pronto, todos los demás se unieron a sus quejas: los patines, las bicicletas…
—La culpa es de todas esas pantallas. ¡Son tan absorbentes! Rocío y Sergio se tiran horas con ellas —comentó el monopatín Alfredo.
—Estoy harta, ¡tenemos que hacer algo! —exclamó Julia—. Oye, Megamolona, ¿podrías fingir que estás apagada? —se dirigió a la consola de videojuegos que descansaba en un rincón.
—Supongo que puedo echarme una siesta —contestó.
La televisión y los móviles también estuvieron de acuerdo con el plan. Así que un día, cuando regresaron de clase, Rocío y Sergio se encontraron con que ninguno de sus aparatos electrónicos funcionaba.
Tras mucho quejarse, sus padres les dijeron que irían al parque. Aunque al principio protestaron, Rocío y Sergio se lo pasaron tan bien, que a partir de entonces se acordaron de jugar con todos sus juguetes, no solo con los que tenían pantalla.

Maria Dolores Garrido Goñi Lolo, conejito chiquitito, tiene el pelo blanco, patas cortas, ojos rojos y una de sus largas orejas, está rota.
Es travieso el conejito. Mamá dice que no debe salir solo, “¡es peligroso!”
Le dijo la ardilla del árbol cercano que había zanahorias en el huerto del cojo y en un descuido de mamá, allí se fué.
–¡Oh! ¡Qué lindas zanahorias! Se ven frescas y jugosas.
El conejito empezó a comer. Tan emocionado estaba que no oyó al cojo acercarse.
—¡Un conejo! –dijo el hombre–. Al ajillo estará bueno; como es pequeño, estará tierno.
Y cogiendo la horca del granero, la lanzó contra el pobre animalito.
Del susto casi le da un pasmo. Sale corriendo, tan rápido como le dejan sus patas.
Al entrar, jadeando en la madriguera, su mamá le pregunta:
–¿De dónde vienes tan cansado?
–De jugar con la ardillita, lo hemos pasado en grande.
–No me engañes, Lolo. Mamá no es tonta…, traes la otra oreja rota…
El miedo no le permitió sentir el dolor, pero al ver la sangre, el conejito lloró.
Aprendió la lección. Mamá tenía razón.

Maldonado Flor Petra, la piedra, lloraba y lloraba sobre un charco de sangre. No podía creer lo que había hecho. El niño del jersey verde la había agarrado y tirado hacia la cara del niño del chándal azul, lastimándole el ojo. La maestra enojada preguntó qué pasó, quién fue. Por lo que Petra rogaba que nadie la vea, pero no se podía mover. Fue allí donde la maestra la agarró. Petra pensó que la iban a volver a tirar. Cerró fuerte sus ojos. Pero no, la depositaron en la mesa de la maestra. Tenía miedo, mucho miedo porque el niño no veía bien. Los médicos dijeron que no corría peligro. La reunión con los padres había servido para entender el peligro de los hechos y la importancia del respeto al cuerpo del compañero. Al otro día fueron Juan y Lucas quienes hablaron a todo el aula para que esto no vuelva a suceder. La maestra tuvo una brillante idea, debían hacer algo con la piedra como solución a la pelea. Entonces todos la pintaron, la adornaron, le pusieron bracitos y piecitos transformando a Petra en la mascota del aula y volvieron a ser amigos al ver lo linda que estaba.
Un mismo objeto puede ser utilizado para algo bueno o para algo malo, somos los humanos quienes decidimos qué hacer con ellos. Optemos siempre por hacer el bien y no el mal, porque el mal, lo único que genera es mal y el bien, lo único que genera es bien.

Anabel Ris El conejito Pimpo vivía en una bonita madriguera con su familia. Una mañana encontró a su papá hablando con el doctor. Su papá últimamente parecía algo cansado, pero era un conejo muy fuerte, sea lo que fuera que tuviese se curaría.
Unos días después, cuando Pimpo volvía de la escuela, encontró llorando a su mamá, ella le contó que su papá había muerto. Pimpo se puso tan triste, que se encerró en su madriguera sin querer hablar con nadie. Su mamá estaba muy preocupada por él, pero Pimpo no quería salir, estaba enfadado con todos, no era justo que su papá ya no estuviera.
Una mañana de primavera, harto de estar encerrado, Pimpo salió a dar un paseo, entonces vio el arcoíris y sin darse cuenta sonrió. Por primera vez en meses, Pimpo había sonreído, se acordó de cuando su papá le contó como unas gotitas de lluvia formaban esa maravilla de colores. Días después, salió a recoger comida y lo hizo tal y como su papá le había enseñado¡ qué orgulloso estaría de él!
La tristeza y el enfado de Pimpo poco a poco se fueron. El conejito volvió a jugar y a sonreír y no por ello se olvidó de su papá. Todos los días lo recordaba mientras miraba las estrellas y aunque a veces las lágrimas resbalaban por sus mejillas, él sabía que eran lágrimas de amor.

M.J. Arillo La historia que os voy a contar, seguro, seguro os va a gustar:
Erase una vez un mundo muy peculiar,
donde la tigresa Teresa era una belleza sin igual.
Donde la leona Rona bailaba mejor que las olas.
Donde el mono Nono hacía el pino mejor que todos.
Donde el elefante Dante tocaba la trompeta, impresionante.
Donde el canguro Arturo saltaba mejor que ninguno.
Donde la avestruz Cruz corría a la velocidad de la luz.
Donde la gorila Mila se balanceaba de árbol en árbol como una diva.
Y donde el ratón Antón… era uno del montón.
Un circo llegó al lugar y a todos los extraordinarios animales quiso atrapar.
A todos menos a Antón, como era del montón, a nadie le llamó la atención.
Aunque los demás no querían estar con él un instante por ser tan insignificante,
Antón la llave de la jaula al carcelero robó y valientemente a todos salvó.
Desde ese día el ratón Antón fue nombrado amigo excepcional de todos los del lugar.

Carolina Delgado La vaca Amelia va a ser mamá por segunda vez. Su primer hijo se llama Ferdinando y ya es muy mayor: ¡tiene 5 años! Ferdinando está triste. Todos parecen estar muy alegres por la llegada del bebé pero él siente que su corazón se encoge y le duele cada vez que piensa que va a tener que compartir a su mamá. “¿Y si le quiere más a él? ¿Y si ya no tiene tiempo para jugar conmigo?” piensa Ferdinando.
A Ferdinando le gusta mucho jugar con sus juguetes. Tiene una gran colección de soldaditos de plomo. Un día su papá, el toro Rogelio, vuelve del trabajo más temprano de lo habitual. Trae un regalo para Ferdinando, que salta de alegría cuando ve que es el soldadito con traje de capitán general que él tanto quería. Pasa horas jugando con él.
—¿Ya no vas a jugar con los demás soldaditos? ¿Ya no los quieres?— pregunta su papá.
—Claro que sí, papá. Puedo querer a uno más sin querer menos a los que ya tenía.
El papá le sonríe y Ferdinando entiende entonces que su mamá puede querer a otro becerro sin tener que quererle menos a él, que el amor es la única fuerza que al dividirse multiplica su poder.

Jennifer Girol El gato Leopoldo era un gato muy especial. No le gustaba maullar ni pasear por la casa sin hacer ruido. A Leopoldo le gustaba ladrar, correr por el campo y mordisquear cosas. Los otros gatos se burlaban de él y no lo querían como amigo porque era un gato diferente; pero a Leopoldo eso no le importaba porque él era feliz siendo distinto a los demás. Un día, un perro muy grande con unos colmillos muy afilados llegó a la plaza donde se reunían los gatos para reírse de Leopoldo. Cuando lo vieron, los felinos dejaron de reír y se abrazaron todos muy asustados. El perro empezó a gruñir y se acercó al gato que más se había reído. Lo miró muy enfadado y cuando estaba a punto de morderlo apareció Leopoldo. Cuando el perro lo vio dejó de gruñir y fue hacia él. Se miraron un buen rato, se olisquearon y jugaron a cogerse las colas. Más tarde, el perro se marchó muy contento. Así fue cómo los gatos se hicieron amigos de Leopoldo porque un amigo gato con corazón de perro era un amigo diferente y todos comprendieron que alguien diferente era alguien especial.

UNA PUERTA QUE LLEVA A UN LUGAR INESPERADO

TEXTO CON MÁS ME GUSTAS

 

Fernando Martínez — ¡Hola! Bienvenido a Katiewa. Dime ¿De dónde nos visitas?
— ¡Carajo, una manzana que habla!
— ¿Una manzana? ¿Qué es una manzana?
— ¡Tú, eres una manzana!
— ¿Una manzana yo? ¡Jajaja! Te equivocas, no soy una manzana, soy un Malusino y ¿tú qué eres?
— ¡Debo estar soñando!
— ¿Un Debo estar soñando? Nunca escuché de esa raza
— ¡¿Qué?! No, yo soy un humano…
— ¡Aaaaah! Un humano… ¡Tampoco escuché de esa raza!
— ¡No puede ser! Estoy hablando con una manzana ¡no puede ser!
— ¡No soy una manzana! Soy un Malusino y me llamo Abebe
— Lo siento, Abebe. Sabes cómo puedo regresar a la tierra de dónde vengo
— No, porque no sé de qué tierra vienes
— Vengo de la Tierra
— ¡Ah, muy fácil! Tienes que cavar el suelo
— ¡¿Qué?! No hablo de la tierra, sino del planeta Tierra
— Nunca escuché de ese lugar, quizá debas regresar por dónde llegaste
— Tienes razón, debo regresa por la puerta
— ¿Cuál puerta?
— La puerta detrás de m… ¿Y la puerta?

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OTROS TEXTOS SELECCIONADOS POR SU CALIDAD U ORIGINALIDAD

 

Carlos Di Urarte Entra música de la Dimensión Desconocida. Ahora repite conmigo: La Puerta.
Para mis amigos y yo representaba un lugar ultraterreno, promesa de misterios metafísicos. Situada en la zona más alejada de las catacumbas en que jugábamos a rol, en realidad era un garaje abandonado con el trastero abierto. En su interior había un colchón de muelles cubierto de manchas sospechosas, decenas de botellines de cerveza, y La Puerta.
Era roja, aunque bajo la pintura desportillada se atisbaba una viruela de óxido. El marco estaba encajado en el hormigón mohoso, y la manija era de plástico negro.
¿Qué hacía esa puerta ahí, pegada a una pared que no debiera llevar a ninguna parte?
Realizamos toda clase de hipótesis más o menos razonables: un acceso a las alcantarillas, un refugio de la guerra civil, la escalera a un subsótano que nunca se llegó a construir. Realizamos también toda clase de hipótesis poco probables: un almacén de desechos radiactivos, un acceso a una base militar secreta, unas verdaderas catacumbas medievales. Realizamos aventuraciones aún más locas: una cripta con vampiros y un nigromante, un portal para teletransportarse a Australia, un acceso a un tesoro pirata…
Pero ni la más loca de nuestra teorías se acercó a la realidad.

 

Amelia Bravo Vadillo Aquel viaje les producía una gran curiosidad. Decidieron reunirse en la casa de campo de Alberto. Creían que habían pensado en todo, pero nada les prepararía para lo que les esperaba detrás de aquella puerta. Sentados en el suelo, junto a la chimenea, iniciaron la aventura. Una hora después, el mundo adoptó formas inimaginables. A Juan se le empezó a deshacer el cuerpo. Veía aterrado como sus órganos se desperdigaban por toda la casa.Sus ojos le miraban desde un cuadro en la pared, pero ya no tenía manos para colocárselos en la cara ni lengua para pedir ayuda. Sonia se hizo de agua, una gota leve como el aire, sin apenas peso, capaz de deslizarse suavemente por todas las superficies y de sentir todas las texturas con una intensidad hasta entonces desconocida. Alberto comenzó a entenderlo todo, el significado de la vida y de la muerte, el origen del universo, la conexión entre los seres, las leyes físicas y las espirituales. Mientras tanto, María gritaba y sudaba y lloraba y pedía perdón y tenía miedo y frío y un plátano en la boca que no le dejaba articular palabra y le dificultaba la respiración. Ya ha pasado un año, pero Juan todavía se despierta por las noches porque sueña que sus ojos le miran cuando duerme. Mientras, a su lado, Sonia moja las sábanas. María no ha vuelto a ser capaz de comer plátanos y Alberto se arrepiente de no haber apuntado todas las respuestas a las preguntas transcendentales que corroen nuestra existencia. Todo era muy sencillo, dice, pero ya no las recuerda. Si hay un próximo viaje con LSD, lápiz y papel será lo primero que lleve en la mochila.

 

Eloina Calvete Garcia Dicen que ‘la curiosidad mató al gato’; al gato no sé, pero a mí sí que me mató mi afán descubridor. Porque estoy muerta. Literalmente muerta. Vagando con espectros y fantasmas como un alma en pena. Nunca mejor dicho. Ya me avisó la abuela, me dijo que no abriera aquella puerta. La puerta que siempre estaba cerrada. Y no le hice caso, creí que solo pretendía asustarme con sus ‘cuentos de vieja’. Era la puerta de la habitación número 13 del hotel que regentaba mi familia desde hacía generaciones, una habitación que tenía que estar siempre libre, ‘por si acaso’, decía la yaya. Una habitación siempre vacía con la puerta siempre cerrada…imposible resistirse. Y abrí la puerta. Y entré en la habitación. Y me morí. Pues ese era el trato que mis tatarabuelos hicieron con el diablo prestamista. El dinero para edificar el hotel a cambio de una habitación siempre libre por si algún ente demoniaco la necesitaba en alguna de sus excursiones terrenales. Nadie, nadie excepto ellos podía atravesar la puerta de aquella habitación so pena de convertirse en espectro. Y yo tuve que abrir la dichosa puerta porque no me creía los ‘cuentos de vieja’ de la abuela; y ahora deambulo por aquí como un triste espíritu. Por descreída…
Qué puedo decir, me venció la curiosidad, la misma que mató al gato.

Ana Sierra Teslam había viajado lo que parecía un tiempo muy largo a lomos de la gran Gruá.
De los grandes bosques de hiperiones, allá por lo que sería la futura California, había llegado a las puertas del océano.
Nadie tenia dudas del arrojo de Teslam. Elegido por la Gruá para hacer el camino que llevaría a su tierra el agua dulce, antes de que la muerte se apoderara de todo el mundo conocido.
En la puerta del océano, debía implorar al guardián del agua salada para que permitiera a la luz del sol evaporar su agua y cargar las nubes que él mismo guiaría de camino hacia Ría Niau, su pueblo.
– Señor, no soy digno de estar en tu presencia. Imploro escuches la sed de mi pueblo y de la tierra que nos cobija y nos entregues el agua de la vida.
– Teslam, el candor de tu alma te hace honorífico de tal petición. Vuelve a casa. Las nubes te seguirán y descargarán el agua. Planta esta semilla, riégala con las primeras gotas de lluvia y cuidala como garante de agradecimiento a tu deseo.
De aquella semilla que Teslam plantó y cuidó hasta su muerte, nació él árbol de la vida que arropó a aquellas gentes hasta que las grandes heladas se hicieron dueñas de la tierra, y los seres se extinguieron en paz.

Silvia Favaro La puerta no fue más que un manotazo de ahogado que utilicé cuando quise escaparme.
La abría y me sumergía en un mundo de fantasías donde todo estaba genial, todo encajaba perfectamente y las lágrimas desaparecían de mis ojos.
Me apuraba en cerrarla, no quería que nadie me viera para que no descubrieran mi escondite.
Cuando murió mi padre, yo contaba con once añitos, tan chiquitos que abarcaron la felicidad más absoluta que una persona puede sentir.
Fue la primera vez que la abrí porque no la había visto nunca, me sentí protegida, contenía mi llanto y mis gritos de terror.
Siempre estaba dispuesta, nunca con cerrojo. Me acostumbré a ella tanto, que se hizo adictivo.
Cuando nacieron mis hijos la descubrieron y entraron conmigo, encontraron un mundo diferente, donde los sueños se hacen realidad.
Hoy, con cincuenta y dos años, trato de mantenerla cerrada, vivo más la realidad terrenal.
Cuando tenemos reunión de familia (mis hijos y yo), peleamos por abrirla, nos escondemos un ratito y luego salimos airosos para seguir nadando en el océano turbulento.

Jose M Fernández Paseaba por el bosque. Era verdad que el tiempo no acompañaba: un frío viento anunciaba nieve. Vislumbró a su izquierda una cueva que nunca antes había visto. Se acercó curioso, atraído por una fuerza cuyo origen no entendía, pero sí podía sentir. Penetró en la envolvente oscuridad y, al poco tiempo, perdió el conocimiento.
Despertó y solamente vio negrura. Apoyándose con las manos se levantó, al hacerlo observó una débil luminosidad. Tanteando la pared rocosa se dirigió hacia allí: era una salida. Ya oscurecía y seguía en el bosque… aunque este era distinto al anterior, más impenetrable, sin ningún camino visible. Agotado, se cobijó en la oquedad y se durmió.
Ensordecedores trinos y graznidos le despertaron. Había nevado durante la noche y seguía el frio. Oyó voces a lo lejos, que se acercaban. Buscó un escondite y, oculto, vio a varios hombres vestidos con toscos sayos de lana desgastada; llevaban hachas y sencillos azadones. Detrás aparecieron dos más, estos armados con escudos y espadas, cascos metálicos y protecciones de cuero; se sentaron a vigilarlos en un árbol caído.
Salió de su escondite vestido con el chándal de color amarillo fósforo y una gorra de béisbol roja. Al verlo, todos ellos echaron a correr gritando: ¡el diablo! ¡el diablo!

Kaith Jackson Fui yo.
La gente dice que no es mi culpa, que podía haberle pasado a cualquiera, que debería aceptarlo y seguir con mi vida. Quizás lo haría si el recuerdo no me martilleara la memoria con su mazo de hierro fundido forjado con arrepentimiento y culpa.
Yo lo vi desaparecer.
Siete de la mañana y el crujido de una puerta me despertó intranquila. A través de la ventana lo vi correr y desaparecer por las escaleras hacia el tejado. Pero ya volvería, ¿no? Se había escapado varias veces y siempre regresaba. A pesar de que tiene cinco años, no ve bien y es sordo de un oído, además que es tan bueno que no maúlla por no molestar; solo tenía que esperar.
Han pasado dos semanas y sigo soñando que vuelve. Que iré un día al patio y me lo encontraré hecho una bolita en el jardín y que en su boca colgará una brizna de hierba porque le faltan tres dientes y le cuesta masticar. Que le llamaré y vendrá a mis pies para que lo abrace por la espalda porque odia que le acaricien la barriga.
Escribo estas líneas pensando que así podré superarlo. Despedirme de él. Disculparme. Pero la culpa me retuerce desde dentro y me provoca una sensación de ahogo y vacío que trato de llenar pasando mis dedos por el teclado. Buscando el perdón en otra parte porque yo no me lo concedo.


Para seleccionar estos textos, desde Portaldelescritor siempre tenemos en cuenta diferentes aspectos: que cumplan el reto, la calidad literaria, la originalidad, la redacción (no aceptamos textos con varias faltas de ortografía) y además siempre intentamos -en la medida de lo posible- incluir participantes diferentes y no repetir muchas veces a los mismos autores.