Seleccionados #ViernesCreativo: añádele un monstruo
El #ViernesCreativo de esta semana llega tardecito, pero promete
>> Se llama “Añádele un monstruo”. Elige una de tus historias literarias preferidas y reinvéntala con la aparición de un monstruo, a la manera de “Orgullo, prejuicio y zombies”. ¿Os animáis?
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Microrrelato con más me gustas
¿No es verdad, ángel de amor
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
Y se respira mejor?
¿Qué te pasa mi dulce amor?
Te han crecido tus blancos dientes
y los tienes, de tu boca salientes…
¡me inspiran terror…!
¿No es verdad amado mío,
que esta luna que tanto admiras
es la luna llena que subleva
mis ansias de hacerte mío?
Y tu sangre calmará
esta sed que me tortura
y sorbiéndola me asegura
que siempre mío serás.
Me gustas: 21
OTROS MICRORRELATOS SELECCIONADOS
Carolina Delgado Justamente entonces el pez dio una súbita sacudida; algo le había asustado. El viejo se asomó a babor sin aflojar el sedal ni un solo milímetro. Le pareció ver una cola con escamas doradas desaparecer por debajo del casco de la barca. No era su pez, pues el sedal seguía firme. Se abalanzó contra estribor y se sorprendió al descubrir la criatura más hermosa que hubiese jamás imaginado. Una voz dulce y melancólica llegaba a los oídos del viejo en forma de triste canción, aunque ni una palabra salía de la boca de tal fascinante ser.
Era tal el hechizo que el viejo no percibió el roce del sedal escurriéndose entre sus dedos.
En el preciso momento en que el viejo extendía sus brazos hacia la sirena con la intención de abrazarse a ella y perderse para siempre en las profundidades del mar, el pez, aún con el anzuelo atravesado en su hocico, irrumpió en la escena interponiéndose entre ambos. La sirena abrió su boca de manera desproporcionada dejando al descubierto dos letales hileras de dientes afilados y puntiagudos, al tiempo que el color de sus ojos oscurecía y su dulce voz se convertía en un aterrador siseo.
El pescador creyó entonces despertar de un sueño y, atónito, presenció cómo el monstruo arrancaba de un solo bocado la cabeza de su pez antes de dar media vuelta y desaparecer. En aquel instante algo pareció romperse en el pecho del viejo.
Aquel día, mientras tensaba la vela para volver a puerto, decidió que ya no saldría más a pescar. Se lo debía
David Santana García En el monte de Getsemaní Judas se acercó y le besó suavemente en la cara. No era lo habitual puesto que todos esperaban que besara su mano. Sin embargo, tras el roce de los labios, el judio se dio la vuelta, sacó una navaja que escondía bajo su túnica de terciopelo y cortó la palma de sus manos. Pedro salió corriendo a detenerlo, pero sus pasos se detuvieron al ver cómo el apóstol exclamaba a los cielos:
— Ph’nglui mglw nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn.
El rostro de Jesús empalideció ante esas palabras. Cayó de rodillas y apretó los puños hasta que se vio correr sangre a través de sus manos.
— Padre, ayúdales ahora, más que nunca. Moriré por ellos si es necesario, pero que la criatura continúe oculta en la cuidad de R’lyeh.
Un estruendo se oyó en el cielo. Acompañando un relámpago, emergió sobre el monte un ente lleno de escamas y tentáculos en aquello que parecía una boca. En su espalda, unas enormes alas de dragón se extendían ocultando toda presencia de luz. Los discípulos corrieron en todas direcciones, atemorizados por la descomunal criatura que se mostraba ante ellos, amenazante. Nunca antes habían presenciado tanto poder en un ser. Nunca antes se habían sentido tan humanos.
Jesus se dio la vuelta y en sus labios emergió una leve sonrisa. <<siguen sin creer en mi>> pensó.
Lo último que vio Pedro fue la figura del maestro levitando a los cielos, con un libro bajo el brazo en el que pudo leer claramente: “Necronomicón”.
—Estamos a salvo— dijo el apóstol. Y de sus ojos brotaron lágrimas de nuevo.
María Jesús Díez García Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera como unas vísceras recién arrancadas. Solo las cuchillas de marfil de sus dientes son duras cual guadañas implacables de metal bruñido.
Come cuanto le doy. Le gustan los sesos gelatinosos, los miembros variados, todo músculo y piel, los corazones palpitantes, con su arabesco de vasos sanguíneos envolviéndolos…
Cuando paso sobre él por el pueblo, todos se encierran en sus casas y rezan lo que saben.
Neo Zevlag Los enanos tuvieron piedad del príncipe y le dieron el ataúd. Este lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos tropezaron contra un arbusto y, como consecuencia del sacudón, el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada. En un acto inesperado, casi de instinto primario, Blancanives se lanzó al cuello del príncipe hasta matarlo. Continuó con los sirvientes y volvió a la cabaña de los enanos. El primero en morir fue Gruñón. Tontín lloró mientras era devorado.
Luego, Blancanieves, con un caminar extraño, emprendió rumbo al castillo de la Reina. A su paso dejaba la tierra negra, seca, sin vida.
Mientras tanto la Reina, muy confiada de su triunfo, miró por última vez el espejo antes de que se trizara. Su fiel esclavo no pudo advertirle del trágico final que le esperaba.
Esther Trello Arias —¡Silencio! ¿Qué es ese alboroto? —gritó Bernarda alzando su bastón.
—Alguien llama a la puerta, señora—anunció Poncia.
Los golpes en la puerta cada vez eran más fuertes y las hijas de Bernarda dejaron de bordar el ajuar de Angustias sobrecogidas por el ruido. Martirio se asomó a la ventana.
—Madre, es Pepe el Romano y está lleno de sangre. Espere, hay más gente con él.
—Déjame ver a mí — gritó empujando a su hija —. Dios mío…¡No abraías la puerta! —chilló Bernarda y fue a buscar la escopeta.
Pero la abuela que se había escapado de su habitación, aprovechando la confusión del momento, abrió el portón.
—¡Qué bien! Por fin sucede algo emocionante en esta casa —exclamó con una gran sonrisa, permitiendo que pasaran un grupo numeroso de muertos vivientes.
—Pepe, ¿qué te ha pasado? —lloriqueó Angustias, al ver a su prometido con la ropa hecha jirones y las vísceras colgando por fuera de la tripa.
Bernarda disparó a Pepe cuando se disponía a morder el cuello de Adela.
—Se acabó Pepe el Romano —afirmó Martirio antes de ser mordida por dos zombis.
Silvia Favaro —Recuerda la hora; que no se te olvide arrojar el zapato, si es que no sale solo niña.
Cenicienta miraba a esa mujer de aspecto ridículo, que se hacía llamar “Hada Madrina”, sin entender demasiado.
—¡Pero escúchame!, balbucea la niña entre sollozos. Tengo prohibido salir, ya me lo advirtió mi madrastra, y explícame lo del zapato.
—Yo me encargaré de todo, no te preocupes por nada.
Ya en su habitación, y segura que no era observada, la intrusa arroja la varita sobre la cama y de nuevo vuelve a ser el horrible vampiro de siempre.
“Todo esto es solo por amor”, piensa, mientras relame sus colmillos.
La noche estuvo perfecta, todo salió como el monstruo lo ideó.
Mientras la muchacha corre hacia la carroza por miedo a ser descubierta, el príncipe recoge su zapato y observa emocionado, cómo se escabulle su futura esposa.
El conde lujurioso, sin poder detener su impulso, lo sorprende por la espalda y clava sus dientes filosos en el cuello del futuro rey.
La sangre fluía cuando sus ojos se encontraron, supo que estarían juntos por toda la eternidad.
María José – De verdad te lo digo ¡qué harta estoy de estar encerrada en esta torre! Sale una desgreñada todas las mañanas y ni espejo me tienen. Menos mal que de pequeña me enseñó mi abu a hacerme trenzas de raíz, que claro, quieras que no, con este estilismo ya es otra cosa. Que no lo digo por mí, que a mí, ¡ya ves tú! lo mismo me da un roto que un descosido. Yo lo digo por un futuro pretendiente. Aunque desde aquí arriba y con este único ventanuco, poco puede una ligar.
El otro día vi pasar a un morenazo que me hizo tilín. Le silvé para que se diera cuenta que estaba aquí arriba y me presenté ¡me llamo Rappunzel! Él no dijo gran cosa, se ve que es algo timidillo, pero sé que le he gustado, porque ha vuelto a venir más veces. Hemos estado haciendo planes de futuro juntos, pero así no es fácil, así es que he decidido lanzarle mi dorada trenza por la ventana, para que la use de escalera y suba a verme. Pero Eduardo es torpe, y sus manos de tijera me han arruinado el peinado y la posibilidad de libertad.
Olga Tenorio Una verdadera princesa
La tormenta arreciaba. A las puertas del castillo llamó una dama empapada y tiritando que aseguraba haber sobrevivido a un naufragio. No sabía la triste incauta que los reyes andaban a la caza y captura de una nuera. Habían presentado ante su único heredero a todas las candidatas que pudieron encontrar, sin éxito. Para comprobar que se trataba de verdaderas princesas, habían seguido el plan del príncipe, que sólo aceptaría a aquella que al dormir percibiese un diminuto guisante oculto bajo veinte colchones. Se rumoreaba que, en realidad, todas habían desparecido misteriosamente después de pasar la noche en el castillo.
La hermosa dama fue recibida con hospitalidad, pero sometida a la misma prueba. En un momento de la noche se levantó espantada de la cama al sentir un pinchazo en la espalda. Bajo la pila de colchones descubrió una gigantesca garrapata que, atravesando plumas y fundas, pretendía chuparle la sangre. Cogió la daga de rubíes que llevaba, regalo de su padre, y se lió a cuchilladas con ella hasta que le dio fin. Al día siguiente, la reina, al observar el rostro pálido y ojeroso de su invitada, le preguntó por la cama. Ella aseguró que había algo en ella terriblemente desagradable y le enseñó las heridas que tenía en la espalda. La reina decidió que era perfecta para su hijo y le prometió que se casaría con él en cuanto lo encontrasen. Llevaban toda la mañana buscándolo.