Seleccionados #ViernesCreativo: algo inesperado en la nieve
Aquí está el #ViernesCreativo, inspirado en el invierno y las olas de frío:
— Una persona encuentra algo inesperado en medio de la nieve. Escribe su historia (menos de 15 líneas) ¡¡¡¡Vamos a ver qué se puede encontrar en ese entorno helado!!!
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MICRORRELATO CON MÁS ME GUSTAS
Manuel Cado: “NIEVE NEGRA”.
No debería contarles esto, pero hace unas horas envié a dos de mis empleados a un punto concreto del ártico. Les facilité las coordenadas para que localizasen un frasco enterrado en la nieve. Lo sé porque yo lo puse ahí. Es de cristal, precioso, con un diminuto dispensador electrónico de fácil manipulación. Contiene una tintura negra. Siguiendo mis instrucciones, vertieron sobre la nieve dos gotas del líquido oscuro. No les di más instrucciones. Sabía perfectamente lo que iba a pasar. Hicieron caso y me contaron que, de inmediato, bajo sus pies, el suelo se ennegreció, extendiéndose progresivamente en un radio de un par de kilómetros. También, sobre la gran mancha, destacaron de forma aleatoria medio centenar de círculos blancos de unos dos metros de diámetro, como llamativas pecas sobre una enorme piel negra. De no haberse tintado el suelo, jamás los habrían descubierto.
Como es lógico, no dieron crédito a lo que veían. Me llamaron muy excitados, me contaron lo que había pasado y me pidieron una explicación.
Con tranquilidad, les dije que, cada cierto tiempo, les enviaba un par de hombres para que no pasaran hambre. Les aconsejé que corriesen, aunque yo ya sabía que no les serviría de nada.
ME GUSTAS: 24
OTROS MICRORRELATOS SELECCIONADOS
Karina Castillo Peinado Estoy atrapado en medio de una ventisca de nieve. Hace horas que no tengo noticias de mis compañeros. No debí alejarme del grupo, bien podía haber visto el amanecer desde el campamento base. Sin provisiones ni forma de obtener agua líquida para calmar mi sed, no sé cuánto tiempo podré aguantar. Ya no siento los dedos de los pies. Apenas tengo visibilidad, la vida se agita delante de mí en un blanco absoluto. Sólo logro distinguir a medio metro el cadáver de lo que parece ser un cérvido casi sepultado por varios centímetros de nieve. Le falta un ojo. Seguro que hay animales carroñeros por la zona.
Percibo un rico olor a caldereta, de las que se hacen en mi pueblo en época de vendimia. Debe ser a causa del hambre, algo así como un espejismo. Da igual, sigo el rastro del olor, que a cada paso se hace más intenso. Tropiezo con…¿una cámara de vídeo?…qué raro…Vuelvo a tropezar, esta vez con Edurne, una de mis compañeras. Llora. Lloramos. Me daban todos por muerto. Me acompaña a una especie de set de rodaje, a resguardo de las inclemencias. Reconozco a Bear Grylls, dando buena cuenta de la caldereta, a dos carrillos. Semanas más tarde emiten ese episodio de “El último superviviente” en el que sale comiéndose un ojo. Vomita. Vomito.
Teresa Lluqueta El olor a canela y café la despertaron de su liviano sueño, las risas de los niños en el parque le advertían, que la nieve había cubierto los restos del trigo yermo: Un olor fresco a día nuevo invadía el paraje.
Los haces de luz tornasolada, de un sol, cubierto por nimbos de algodón de caramelo iluminaban el rostro de Clara, al atravesar el portón de su casa.
Las huellas de sus pisadas iban dejando un rastro de caminar lento y cansado, de una gran tristeza. Él había desaparecido, en el ocaso de una tarde cualquiera, marchó para no volver. Se sentía tan pérdida sin él, sin sus mimos, sin su compañía.
Ese día nevado, Clara decidió cambiar de ruta hacia el lago, cuando, al mirar hacía el punto de inflexión entre el cielo y el pico helado de la cercana montaña; oyó un gemido entre los arbustos engalanados de blanco. Se acercó y…
− ¡Oh, pequeño, por fin te encuentro!− exclamó repleta de alegría.
Un ladrido de agradecimiento y un lametón, le hizo saltar las lágrimas de sus ojos brillantes de la emoción del encuentro.
Clara consiguió sacar la pata de su husky siberiano del cepo que se lo había arrebatado.
Eloina Calvete Garcia Estaba segura, el esqueleto de ave que había encontrado en la nevada cima del monte Ararat pertenecía a un Corvus Corax, un cuervo común. Se sorprendió mucho, la montaña no era el hábitat natural de esas aves, pero inmediatamente recordó el relato de Noé y el diluvio. El patriarca bíblico había enviado primero un cuervo para comprobar si las aguas habían bajado. Sí, lo había enviado antes que la archiconocida paloma que regresó con una rama de olivo. Aquel primer pájaro no volvió al arca y su recuerdo casi se había perdido en la noche de los tiempos.
Ya era casualidad que ella, una ornitóloga de vacaciones senderistas, se topara con los restos de un cuervo en aquel legendario monte. ¿Y si…? Frenó su imaginación antes de que se desbocara, sacó un par de fotografías con el móvil y volvió a ocultar los huesecillos. Al fin y al cabo era solo el esqueleto de un pobre cuervo y, ya se sabe, esos pájaros a casi nadie le caen bien. Donde se ponga una paloma blanca con su ramita de olivo…
Devorha Salas Rojas Ana y Gael solo querían armar un muñeco de nieve, jamás lo habían hecho, y los abuelos les habían prometido que harían muchos cuando los visitaran.
Pero, en vez de eso había muchos policías en su patio.
Esas personas ya vivían por ahí, ¡Tenían abundante nieve cada año!, ¿Que necesidad tenían de andar removiendo nieve en su jardín?
Y todo solo porque encontraron a una chica dormida debajo de la nieve.
Maria Del Carmen Araque Vendió todas sus pertenencias y se compró una cabaña frente al mar. Siempre soñó con pasar así su vejez. No necesitaba mucho. Unos libros, una máquina de escribir, cigarrillos y litros de café. De vez en cuando la visitaban sus sobrinos, sobre todo en verano. No fue una escritora famosa pero escribió un par de libros que hicieron ruido. Ella siempre decía:
‘Solo escribí lo que quise contar’.
La vida la había tratado bien a pesar de un par de duros golpes. Vivió casi una década allí y una mañana de invierno inexplicablemente, como ocurren a veces ciertas cosas, allí nevó. Y nevó por casi una semana. Era bello y a la vez insólito ver la arena convertida en un gran manto blanco. Cuando paró de nevar, Ana reanudó su rutina de caminar por la playa. Misteriosamente no hac.ía tanto frío como debería. Luego de un rato caminando divisó a lo lejos que alguien venía hacia ella. Antes de ver su rostro, reconoció su forma de caminar.
– He venido a buscarte, mi cielo – le dijo él con una sonrisa
Y ella respondió sonriendo:
– Siempre tan teatral, vos. ¡Hacía falta tanta nieve!
Veronika Lorite Estamos predestinados a dejar de creer. Y no podemos hacer nada, simplemente sucede conforme crecemos. Un día despiertas y ya no hay más Ratoncito Pérez, no más Reyes Magos, no más duendes, ni hadas, ni magos… y con ellos pierdes algo de ti mismo. Algo que, aunque no creas, sigues buscando cada día de tu vida. Un anhelo inconsciente que te hace conservar esas historias para poder ver en tus hijos esa llamarada de ilusión, ese vibrar de su cuerpo y esa sonrisa genuina por la que irías al fin del mundo. Y tal vez por eso terminas haciendo cosas que jamás habías considerado, porque creciste y simplemente es una tontería, como visitar la casa de Papá Noel en un pueblito nevado. Con gente disfrazada y renos con borlas de colores y brillantes cascabeles. Con chocolate caliente y bastoncitos de caramelos. Y acabas sentado en las rodillas de un hombre regordete que te pregunta si fuiste bueno. Y por alguna razón no puedes mentirle, porque fuiste bueno sí, pero no tanto. Además tu hijo te está mirando con esa cara…
Y sabes que no puedes pedir un coche nuevo, ni un mejor trabajo, ni más dinero, porque simplemente no tiene sentido. Pero acabas pidiendo que el tiempo se detenga, que por un momento vuelvas a ser niño. Y Papá Noel te da un abrazo y por un momento sucede, te sientes pequeño. Y tus ojos no están acuosos, no, porque los hombres no lloran. Y tal vez no exista la magia, pero sin duda hay lugares mágicos en el mundo, o eso piensas mientras te alejas, con la piel vibrando y la sonrisa puesta.
Monika Fikimiki Al encontrar la primera huella en aquella balsa blanca, retrocedió. Estaban bien marcadas, aún frescas. Un pie pequeño, casi volátil, tenía que ser una mujer. O una niña quizás. Le inspiró tanta ternura que siguió contemplándolas, marcando con él dedo su bella línea. Después empezó a caminar, seguida de las huellas. Tardó un tiempo en darse cuenta de su reencuentro.
Su niña interior le acompañaba fiel.
Glauka Kivara Cuando atardeció y cesaron los chillidos de los niños jugando, me decidí a pisar por primera vez la nieve. Me enjugue las lágrimas y me envolví en varias capas de ropa, escondiendo mi rostro tras la capucha y una bufanda.
La ciudad parecía otra, un mundo acolchado de pureza y silencio. No sé cuento tiempo anduve por las solitarias calles blancas, hechizada por los hermosos copos que flotaban a mi alrededor, pero era noche cerrada cuando lo encontré, bajo la luz de la Luna.
Un corazón humano, aún palpitante. Saqué el móvil con manos temblorosas y llamé a la policía. No me sorprendió no tener cobertura, esa noche la magia había cancelado la tecnología.
Cogí el corazón. ¡Lo sentí tan cálido entre mis dedos! Era tan hermoso que no pude resistirme: lo devoré a bocados y volví sonriendo a casa.
Para seleccionar estos textos, desde Portaldelescritor siempre tenemos en cuenta diferentes aspectos: que cumplan el reto, la calidad literaria, la originalidad, la redacción (no aceptamos textos con varias faltas de ortografía) y además siempre intentamos -en la medida de lo posible- incluir participantes diferentes y no repetir muchas veces a los mismos autores.
Un abrazo a todos/as y a seguir escribiendo.