Microrrelato que comience con la frase “Sólo nos queda una hora”
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Semana del 1 al 17 de Octubre
La vio embelesado, tenía su cabeza calva, sus ojos saltones y tristes, sus labios pálidos, toda ella se había sumergido en un blanco tan perfecto que parecía un ángel.
– Lo que tenga que pasar. ¿Tienes miedo? – Ella asintió de inmediato y sujetó su mano.
– Pase lo que pase ahora podré llevarte por siempre conmigo.
Le devolvió una tímida sonrisa de agradecimiento y ambos entraron al quirófano.
—Nada. —contestó la mujer en voz alta, recargándose en el hombro de su amado. La sangre que corría por sus venas lentamente se escurrió al asfalto que los rodeaba. Los ojos fríos de la muchacha se posaron en los de su amor. Luego, en un susurro, dijo:
—Sólo esperar.
Pero él ya no podía oír.
Elisabeth Martinez Fernandez – Sólo nos queda una hora. – dijo tapándola con dulzura.
El camino hasta allí había sido largo, pero sabía que merecía la pena tan solo por ver su cara de felicidad. Durante la oscuridad siempre había estado con ella cuidándola, protegiéndola, guiándola… Ahora, que por fin se había roto el velo que tapaba sus ojos, quería entregarle el regalo más bonito del mundo, el que ella siempre había anhelado. Con cuidado, despertó a su hermana.
– Despierta, pequeñaja. Ya va a amenecer.
Ella se restregó los ojos para alejar el sueño y miró a su hermano, el cual le devolvió una sonrisa mientras la abrazaba. Señaló al horizonte y juntos, como siempre habían estado, contemplaron cómo el sol emergía del mar, como si ese fuera su escondite, reflejándose en los ojos de la niña por primera vez.
Laura Esteban Sólo nos queda una hora, me escuché decirte. Decepcionada conmigo, había roto la promesa de no hablarte. Fuera los cables en los postes jugaban a una comba frenética. Arriba, abajo. A lo lejos el verdor estival del valle se desvanecía al compás de la velocidad del autobús. Dentro calma sorda entre los viajeros. A mi lado tu indiferencia. Tu mirada inexpresiva formando parte de tu elegante porte. Tu alma desconectada y mi amor en desahucio. En mi interior lluvia torrencial, cataratas cayendo de la garganta al corazón. Mi ego dolorido me dejaba asomar una gota en el ojo. Blanco silencio. Los sesenta últimos minutos de mi alma ateridos en la Antártida de tus ojos. Y yo ya lo sabía.