Escribe un micro-relato ambientado en la última media hora del Titanic
Escribir un micro-relato ambientado en la última media hora del Titanic. #RetoEscritura (26 Oct):
Texto con más “me gusta”:
Pero, ¿¿¿ a quién se le ocurre subir a un barco así, sufriendo de estreñimiento???
Ya sabía yo que me iba a pasar horas y horas en el baño. Ahí fuera tiene que haber una fiesta loca, lo digo por los gritos, vamos. Hasta el movimiento del Titanic ha cambiado. En fin, yo aquí sentado, encerrado, aprendiéndome cada detalle de la puerta del baño…y ellos bebiendo con alegría. A ver si salgo y me uno a la fiesta de una puñetera vez.
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Carol Belasco El agua lo cubría ya todo, lamiendo su cintura como una mascota cariñosa.Comprendió que sus padres llorarían pronto un hijo.Ni siquiera pensó en buscar un bote,no quería formar parte de la encarnizada lucha que se produciría en cubierta, no tenía ni el deseo ni la justificación para hacerlo. Pero antes del final, cumpliría su más profundo deseo.No le costó nada llegar al puente de mando, localizar al capitán y acercarse lo suficiente a él. La expresión desolada de éste se transformó en una mueca de sorpresa cuando le besó con toda la pasión reprimida durante tanto tiempo. Después esperó la represalia.Nunca llegó. Sí lo hizo un segundo beso, y un tercero, y unos cuantos más hasta el final, cuando ya no quedaba nadie que pudiera mirarlos con sorpresa, asco o desdén.
Lory Martín Barredo Nuestra casa está en lo alto de la colina. Por las ventanas, como bocas abiertas, y en la terraza se contempla el valle silencioso. Pero es en la bisectriz del tejado a dos aguas donde las vistas impresionan. Allá arriba experimentas la sensación de tener a Dios cerca, sin necesidad de intermediarios. Y esa sensación es idéntica a la que tengo ahora: con mucho esfuerzo mantengo el equilibrio en la cubierta escorada; seca y con sabor amargo, la boca; quizá sea el miedo. Mas voy a arrancar los últimos compases a mi helado y viejo violín. No queda nadie. Percibo el ruido de las explosiones y las llamaradas me permiten tener imágenes de lo más cercano. Siento el frío del agua ascender por mis piernas. Sé que moriré; pero voy a saltar como si estuviera encaramado en la bisectriz del tejado de mi casa.
Pedro De La Rosa Rodríguez Cuando el Capitán Henrik Naess subió al puesto de mando tras ser interrumpido de su sueño, escudriñó en la gélida oscuridad del Atlántico norte. Una inusual cantidad de lucecitas indefinibles cortaban en relieve el horizonte lejano. Una bengala blanca surcó el cielo hasta romper la noche con su tonalidad fantasmagórica.
– Es la quinta o sexta que veo -farfulla detrás suyo el joven marinero-. ¿Son guardacostas?… ¿Capitán?…
Éste alzó una mano en modo imperativo. En la noche glacial los sonidos podían recorrer varias millas en forma más audible; y más terrorífica. Ruidos de maniobras complicadas,de rozaduras en el casco, de hierro agonizante, y un murmullo creciente y turbador de… ¡voces!.
El Capitán dió la orden de virar el ballenero y alejarse a toda máquina, y tuvo que repetirla enérgicamente ante el aturdido muchacho.
Ya con la proa enfilando al contrario, salió a cubierta y aspiró el aroma nauseabundo a carne putrefacta con aquel astringente hedor intenso y aceitoso de las pieles de foca que provenía de la bodega.
Henrik Naess, alarmado, consideró para sus adentros, que estaba tomando una mala decisión. Pero no llevar radio a bordo, cazar, navegar en aguas territoriales norteamericanas y llevar un cargamento ilegal, ya era todo en sí, una mala decisión.
– Es la quinta o sexta que veo -farfulla detrás suyo el joven marinero-. ¿Son guardacostas?… ¿Capitán?…
Éste alzó una mano en modo imperativo. En la noche glacial los sonidos podían recorrer varias millas en forma más audible; y más terrorífica. Ruidos de maniobras complicadas,de rozaduras en el casco, de hierro agonizante, y un murmullo creciente y turbador de… ¡voces!.
El Capitán dió la orden de virar el ballenero y alejarse a toda máquina, y tuvo que repetirla enérgicamente ante el aturdido muchacho.
Ya con la proa enfilando al contrario, salió a cubierta y aspiró el aroma nauseabundo a carne putrefacta con aquel astringente hedor intenso y aceitoso de las pieles de foca que provenía de la bodega.
Henrik Naess, alarmado, consideró para sus adentros, que estaba tomando una mala decisión. Pero no llevar radio a bordo, cazar, navegar en aguas territoriales norteamericanas y llevar un cargamento ilegal, ya era todo en sí, una mala decisión.