Carnaval: escribir microrrelato con un disfraz, un anillo, una puerta y una indecisión.
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Carol Belasco La puerta cerrada la sumía en la indecisión, deseaba pero temía cruzarla y descubrir, quizá, secretos para los que no estaba preparada. Su anillo de boda relucía en su dedo, recordándole que se había comprometido con él para siempre, pero aquella puerta cerrada la obsesionaba. Al principio le había parecido razonable, una habitación privada sólo para él, para poder concentrarse. Pero había esperado que, al igual que en su propio despacho, las puertas estuvieran normalmente abiertas.Sin embargo no había sido así, y aquella puerta cerrada quebrantaba su paz mental. Cuando él la cerraba, al otro lado sólo se escuchaba el silencio y un escalofrío la recorría.
No pudo soportarlo más y abrió la temida puerta. Al otro lado un cuarto común, nada reseñable excepto el contenido del armario: dos pieles humanas, de cabellos oscuros como los de su marido, y una percha vacía, moviéndose solitaria, aguardando que su disfraz de humano regresara a su sitio.
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Nidark Mecambié Despecie Nuestra relación estaba pasando por su peor momento. Apenas nos hablábamos. No como antes. Un amigo nos invitó a una fiesta de disfraces. Era una excusa perfecta para reiniciar, los dos juntos, con pieles que no fueran las nuestras. Compré tres cosas con toda la ilusión. Dos eran disfraces, uno de oso y otro de osa. Le dejé el disfraz en la cama de la habitación y me fui a la fiesta para no quedar mal.
Una vez allí, avisé a nuestro amigo que ella llegaría tarde y me puse a bailar. La gente se reía al escucharme, el efecto producido por la cabeza del oso distorsionaba la voz con gracia.
Pasaron dos horas hasta que por la puerta, entró una preciosa osa. Me acerqué y nos pusimos a charlar, jugando a que no la conocía, pensé que ella estaba haciendo lo mismo. Mi corazón conforme pasaban los minutos, fue recuperando la vida que perdió tiempo atrás. Pero al rato… Al rato me di cuenta de que la persona que tenía en frente no era mi pareja. Nos intercambiamos nuestros números y fui a casa. Entré con indecisión a la habitación y ahí aún estaba el disfraz de osa tendido en la cama. Sonreí con alegría y guardé el anillo con el que me iba a declarar esa noche.
Kathy Guerrero Bejarano Disfrazada con un traje blanco, largo, de segunda, caminó hasta donde la esperaba él. Tenía trece años, su disfraz no era de princesa, era el de una novia real. El velo le cubría el miedo y el llanto. El que la esperaba tenía cuarenta y tres, apretaba en su mano el anillo que la niña llevaría como símbolo de su propiedad.
-Este hombre te dará casa y te mantendrá -le había dicho su padre
– a cambio le vas a cocinar, lavar y otras obligaciones. Serás la madre de sus hijos.
La niña temblorosa miraba la puerta por donde podía huir, pero sabía que del otro lado no la esperaba nada. No fue por indecisión que continuó su camino hacia el frente.
María Jesús Díez García Desde las ventanas de la nave podía ver cómo el planeta Evelior, que refulgía imponente abrazado por sus anillos de rocas y polvo, se iba quedando atrás. Me golpeó una oleada de miedo e indecisión: ¿Cómo se me había ocurrido dejar mi hogar y unirme a aquella expedición? Ni siquiera era seguro que la Puerta de Tannhäuser existiera. ¿Qué pasaría si no la encontrábamos?
-Comandante Praisley, tengo una consulta para usted. -La entrada de la teniente Alinder en la sala me apartó de mis dudas.
Debía estar concentrado para que nadie descubriera mi disfraz. No temía por mi máscara de biosilicona, que era impecable, sino por cometer algún desliz que revelara que mi identidad no era la que decía poseer.
Marga LM En el carnaval de su vida era difícil elegir disfraz: Malena quería ocultar tras él su esencia y su gran fragilidad. Tenía tantas opciones que su indecisión crecía por momentos. Entre el de superwoman con poderes extraordinarios que la hacían sentirse fuerte y decidida, el de mujer invisible que le permitía ser silenciosa y estar presente sin ser vista y un tercero, se decantó por el último, para ella era el más atrayente.
La fiesta en el ático de Lucía empezaba a medianoche y era requisito indispensable “venir disfrazado de vuestro yo interior”. Al cruzar la puerta, Malena sintió su corazón acelerarse: con aquella máscara ocultaba su rostro, pero destapaba su secreto. Todos la miraban queriendo descubrir quién era, pero nada delataba su identidad, salvo su anillo de plata en forma de pez que siempre llevaba como amuleto. Aquella noche gritó en silencio y sin palabras su manera de amar. Lucía vestida de guerrera medieval se acercó a ella y le dijo
-Me encanta tu disfraz de hombre, Malena con una sonrisa, suspiró y dijo:
-¡Qué liberación!
Catalina Saavedra Cuando abre la puerta dando tres vueltas a su anillo , nota la indecisión. No sabe si ha acertado con el disfraz de mejillón. Está dando vueltas intimidado por el lujo del resto de los asistentes, mirando a través de la máscara , se siente seguro. Nadie sabe quién es, mete la mano debajo de la concha negra y saca una navaja, poco a poco se va acercando a la mujer disfrazada de botella de sidra y en cuanto puede la hunde una y otra vez . Queda desinflada en el suelo, pero el tumulto del baile y el ruido de la orquesta hace que cuando la encuentran en un charco de sangre, sea demasiado tarde.
Ainnita Kirschlert Un cartel de “no molesten”. Un hombre desnudo sobre la cama, aún sin deshacer, expectante. Un anillo escondido, como si enterrando la alianza en el bolsillo de una chaqueta se pudiera borrar la realidad. En el cuarto de baño, la atmósfera de indecisión era tan palpable que podía notarse hasta fuera de él. Martin estalló en carcajadas.
—Eres un exagerado. Sabes que me encantan los disfraces.
—Y me parece muy bien. Pero no, ¡no pienso salir así!
—¿Ya estás vestido? Anda, sal para que pueda verte —rogó Martin con voz melosa, demasiado edulcorada para negarle nada.
—No sé a qué tipo de fetiche se debe esto —anunció mientras abría la puerta y entraba en la habitación—, pero conmigo no cuentes para jugar al profesor pederasta y…
Pero se quedó sin habla, paralizado ante la excitación hirviendo en la mirada de su amante. Martin era una terrible tempestad y él era líquido en esos momentos, bajo esa mirada, dispuesto a dejarse llevar por su pasión enfurecida una y otra y hasta mil veces más. Minutos después, el disfraz fue olvidado en un rincón. A su lado, la chaqueta ocultaba al hombre con cuya esposa no podía satisfacer sus más profundos y secretos deseos.
Carmen Martagón Enrique No quería un ANILLO, ni siquiera una petición de matrimonio, María sólo quería que la amaran.
Cuando cumplió cuarenta ya había cerrado con llave y candado la PUERTA que conduce a la vida en común.
Fueron años rechazando la ilusión que debe guardar toda mujer: lucir un vestido blanco, subir a un altar y bailar el vals frente a una maravillosa tarta, en la que dos novios de plástico aguardan inmóviles a los recién casados. Años de desamor e INDECISIÓN, días y días de dudas, metida en el DISFRAZ de princesa que el jodido destino le obligaba a llevar.
Y una tarde de sábado en París, frente a un café, parecieron hacerse realidad esas escenas de película y cuento, cuando en la mesa de al lado alguien la miraba. Era Ana, la mujer de su vida, alguien que también esperaba el amor y que vivía refugiada en sus diseños, tratando de soportar el disfraz de princesa que nunca le gustó.
Manuel Angel Ruiz Martinez Era el último día de carnaval. Él llegó a casa sin ganas de llegar. Pasó media hora en la PUERTA vestido de INDECISIÓN pero finalmente entró enfundado en el DISFRAZ de la reconciliación.
Ella estaba allí, esperándolo, pero deseaba no estar. Habia pasado media hora mirando fijamente a la PUERTA , con la certeza de que al otro lado ya estaba él. Cuando se armó de valor se levantó del sofa y se desnudó de miedos y de incertidumbres. Se vistió entonces de franqueza y se enfundó la capa de heroína de comic que tenía guardada en un cajón de su alma.
Se miraron y se dieron cuenta de que su historia era ya una chirigota de si misma, de lo que una vez fué. Que todo era un gran teatro pero no precisamente ” el Falla “, si bien en sus mentes estaba grabado un ” algo falla ” que les había borrado la sonrisa.
Era el día del ” entierro de la sardina”. Ellos enterraron su amor y sus ANILLOS.
Verónica Gallardo LLevaba febrero en la piel. Para Antonio, febrero era sinónimo de batucada, de alegría, de color, de baile, de brillos y de canciones… Esa noche se miró al espejo mientras se maquillaba, el paso de los años se notaba ya en su rostro cansado. Al ponerse los pantalones de su traje rozó las lentejuelas con las yemas de sus dedos y, en ello, sintió las manos suaves de Laura cosiéndolas a la tela. Ese año ella no vería el desfile, no vería el destello de los cientos de canutillos y de la pedrería bajo las luces del corsódromo. Como todos los años había escondido su anillo en algún doblez de las prendas para que él lo descubriera en la noche de inauguración, era su juego favorito; lo encontró en la camisa y casi sucumbe por la tristeza. Sonó su celular, debía apurarse. Con indecisión se quedó parado un instante, suspiró, se puso la máscara y abrió la puerta. Ese día valía olvidar… Era febrero, era carnaval.